Andrés Sorel
En su último y estremecedor poemario, Canción errónea, Antonio Gamoneda escribe al final del mismo: Creo en la ira
Y en mi trabajo sobre el libro que publiqué en el número 129 de República de las Letras, concluía mi texto anotando tras el poético y callado grito de Gamoneda: Y decimos mirando a nuestro alrededor, ¡Que así sea!
2013. Basta de ritos, celebraciones, luces, goles, coches, pascuas, loterías, sonrisas festivas e hipócritas.
Articulemos la ira. La ira contra esa minoría que detenta el poder en España y que con un lenguaje tan repulsivo como mendaz predica resignación mientras agudiza su presión esclavizadora sobre la mayor parte de la población, y arrasa con los avances conseguidos tras decenas de años de lucha en temas como la sanidad, la educación, la erradicación de la extrema pobreza.
Vivimos en un mundo cada vez menos humano y la palabra que se escribe y pronuncia se convierte de inmediato en basura, algo peor que la más hedionda de las hediondas mentiras: es la más repugnante pieza escrita en el más repulsivo de los urinarios imaginables.
Recordemos a Julio Cortázar: "el mundo está saltando en pedazos cada mañana y nosotros aún nos encerramos en nuestros pequeños problemas de celos, familia, triángulos". Ni eso siquiera: la más sufriente población se encierra con los asquerosos programas de chismorreo en la basura de la tele.
O pensemos en Kafka viendo como cada mañana uno de nuestros familiares, convecinos, ciudadanos conocido o no, amanece convertido en un insecto y ante su presencia continuamos rutinariamente en la indiferencia o la resignación.
Articulemos la ira contra esos cientos de miles de personas, terroristas que imponen sus leyes para que sus latrocinios (beneficios llaman) crezcan y les hagan cada vez más ricos y poderosos, es decir execrables, deleznables.
Articulemos la ira contra el lenguaje que nos obligan a escuchar o leer, y algo más grave, que miméticamente reproducen los ciudadanos en sus conversaciones públicas o privadas, o en sus opiniones, haciéndolo suyo. Al vestir la piel de los mal hablados, de los corruptores, depredadores, destructores de las palabras y los conceptos, se convierten ellos mismos en mudos y fieles servidores de la estulticia y la perversión a que los someten.
El lenguaje de los gobernantes, de los que dicen ejercer la oposición, de gran parte de los periodistas, de los necios tertulianos que vomitan su fraseología vacua todos los días en los medios de comunicación, de esos escritores y escritoras que sueltan su banal y conformista charla en las entrevistas que les han solicitado por haber convertido su literatura en chatarra mercantil publicitaria.
¡Ah del lenguaje! ¿Quién nos responde hoy día de él? Casi cien años años han transcurrido desde que nuestro fustigador Karl Kraus escribiera: "El habla y la escritura de hoy en día, incluidos la de los expertos, han convertido, como quintaesencia de una decisión frívola, el lenguaje en basura de una época que extrae del periodismo todo su acontecer y experimentar, todo su ser y valer. La duda, ese canto que el gran don moral que el hombre podría agradecer al lenguaje y que hasta ahora ha despreciado, sería la inhibición salvadora en un progreso que conduce con absoluta seguridad al final de la civilización a la que cree servir".
Articulemos igualmente la ira contra quienes rinden pleitesía a los mercaderes y mercachifles a los banqueros y ministros, a quienes se convierten en sus lacayos y operan sobre la población cada vez más esclavizada y convertida en laboriosas y ciegas hormigas.
Extendamos la ira a los millones de ciudadanos apagados, resignados, embrutecidos, para que ante su estallido despierten de su alienación y se pongan en movimiento desbordando los diques que pretenden al tiempo que marginarles contenerlos. Veinte, diez, varios millones de ciudadanos desencadenando su ira en todas las calles de España no podrían ser ni frenados ni reprimidos. Del Rey abajo ninguno, se escribió siglos atrás. Del rey abajo, cortesanos de toda índole, deben ser desbordados por la ira de la protesta. La miseria de la Corte de los Milagros del Siglo XXI necesita ser vampirizada hasta su disolución esperpéntica final.
Ira, ira contra quienes mantienen esta selvática sociedad y contra los que callan ante su explosión cada día más salvaje y cruel, contra los que ordenan las leyes y contra quienes las acatan en silencio, contra los corruptos y los que se dejan corromper.
2013. Creo en la ira. Y, o nos salva la ira, o regresamos al silencio de los esclavos vestidos con algo que llaman democracia.
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