Ileana Alamilla
El presidente de Guatemala, Otto Pérez hizo entrega del informe de su primer año de gobierno. Ya los adelantos se fueron situando en los medios, dio declaraciones, sus técnicos diseñaron campañas y concedió entrevistas a varios medios, en donde abordó los aspectos que preocupan a los gobernados.
Él asumió una serie de compromisos durante sus varios años de campaña electoral. Fue muy enfático en fijar sus prioridades, entre ellas, el tema de la seguridad, la creación de empleo y un clima idóneo para las inversiones. En su programa de gobierno plasmó los tres ejes en torno a los que las acciones girarían.
Es innegable que hay logros en su gestión, hasta sus adversarios lo reconocen, aunque traten de demeritarlo, pero hay grandes y graves problemas a los que tendrá que poner especial atención si no quiere mantenerse apagando fuegos en este único año en el que puede impulsar iniciativas estratégicas. Las posibilidades de ingobernabilidad están a la vuelta de la esquina.
Las tinieblas de la corrupción, tan criticada por los cuadros de su partido cuando estaban en la oposición, los reiterados desaciertos en que incurrió, muchos de los cuales se atribuyen a una pésima asesoría, varias iniciativas frustradas, son grandes lunares en su primer año. La frustración de muchos de sus votantes y de algunos simpatizantes es latente, aunque sus encuestas reflejen que mantiene un nivel de simpatía. Es recomendable que no vea y escuche sólo lo que su rosca le sople al oído. No todas las críticas son destructivas. Es importante escuchar la voz de las personas de a pie.
Mientras tanto, la ciudadanía desde la fe en los fundamentos de la democracia, esa forma de pensar, hacer las cosas y de vivir, seguimos con este necio sueño de considerar que tenemos el derecho de contar con gobiernos que atiendan con prestancia, juicio y honradez la función pública. Que promueva otras formas de relacionarnos, de avanzar hacia la búsqueda histórica de la justicia social y el adelanto de los grupos rezagados, tan necesarios de esfuerzos desde lo público para alcanzar condiciones de vida digna.
Si alguien en Guatemala se atreve a negar la existencia de la desigualdad y de las descomunales inequidades que nos han colocado a la cola de muchos de nuestros vecinos, es porque no quieren ver, ni entender, que sin la superación de esa dolorosa realidad no hay futuro promisorio para el país en su conjunto. La dignidad humana, las necesidades básicas resueltas para las mayorías y mejores oportunidades son aspectos que requieren, entre otras cosas, de políticas que promuevan un crecimiento económico inclusivo, así como redistributivas de esa riqueza mediante políticas sociales.
Los grupos de poder, sea cuales fueren sus intereses, siempre buscarán, a través de diversos métodos, que los gobiernos hagan lo que ellos pretenden. Los gobiernos están cautivos en las redes de esos poderes fácticos. Carecen de la fuerza política y a veces hasta moral, para autonomizarse.
El mandatario es el representante de la unidad de la Nación. Encabeza el Estado, y es ese Estado el que debe responder a las necesidades y demandas de la ciudadanía vista como un todo, no sólo de las élites. El Estado debe contar con legitimidad y reconocimiento generalizado para tener la fortaleza necesaria para dar cumplimiento a sus funciones y alcanzar su fin supremo, que constitucionalmente es el bien común.
Independientemente de las cifras y argumentos, en este primer año de gobierno el ofrecido cambio sigue, sustancialmente, ausente.
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