Aida Vila (Greenpeace)
Los científicos lo tienen claro: para evitar los peores impactos del cambio climático hay que reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero tan rápido como sea posible.
Según el Panel Intergubernamental de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (IPCC), el último “récord de emisiones globales” debe ser, como muy tarde, en 2015, y luego las emisiones deben reducirse implacablemente y llegar a niveles cercanos a cero hacia mitad de siglo. Sólo así conseguiremos estabilizar la temperatura por debajo de los 2ºC, el nivel cuyos impactos pueden, todavía, ser “aceptables” para la mayoría de la población mundial.
Instituciones tan poco sospechosas de hacer “alarmismo climático” como el Banco Mundial ya lo acaban de corroborar: si no actuamos urgentemente para desviarnos del ritmo de crecimiento de emisiones actual nos encontraremos ante un aumento de temperatura de 4ºC. Algo a lo que es imposible adaptarse, a la vista de los graves impactos que provoca el actual aumento -entorno a 0,8ºC- en forma de récords de deshielo ártico, infernales olas de calor e impactos tan devastadores como el reciente huracán Sandy, que parecía más propio de una película de ciencia ficción que de la realidad.
En Doha debían firmarse determinados compromisos para desviarnos de esta senda: prorrogar el Protocolo de Kioto, mejorando sus reglas y aumentando los compromisos de reducción de emisiones, establecer nuevos compromisos de financiación para que los países en desarrollo puedan adaptarse a sus impactos y desarrollarse de forma limpia y establecer los pasos necesarios para estar listos, en 2015, para firmar el nuevo acuerdo climático internacional.
Los acuerdos de Doha tienen graves lagunas como la falta de un marco de referencia adecuado, que contemple la trayectoria de reducción de emisiones que, según los científicos, debemos abordar o la ausencia de compromisos concretos de financiación para el periodo 2013-2015 y el establecimiento de las fuentes financieras que aseguren una trayectoria para llegar a alcanzar los 100.000 millones de dólares anuales en 2020 que los países industrializados prometieron a los países en desarrollo en la cumbre de Copenhague. Sin embargo, también incluyen elementos positivos gracias, sobretodo, al papel de influencia creciente que tienen los países más vulnerables en la negociación.
Estos países -los menos responsables y los que tienen menores recursos para hacer frente a la crisis climática que ellos sufren con especial intensidad- son los que se están revelando como los garantes de la integridad ambiental de los acuerdos, porque el mantenimiento de sus líneas rojas fuerza posiciones de consenso que mejoran significativamente el acuerdo final. Un ejemplo es la cláusula que se ha incluido en la segunda parte del Protocolo de Kioto, firmada en Doha, que limita la creación de derechos de emisión excedentarios, los principales responsables de que no se reduzcan efectivamente las emisiones y salga tan barato “pagar por contaminar”. Otro, el acuerdo sobre el establecimiento de un mecanismo de urgencia al que puedan acudir los más vulnerables cuando -por la falta de compromisos de reducción de emisiones adecuados y la falta de financiación internacional sostenida- tengan que enfrentarse sin recursos a una catástrofe climática como el tifón que acaba de sufrir Filipinas, que se coló, de la mano de la delegación del país, que intervino conmocionada en la negociación .
La presión de estos países ha impulsado los “avances modestos” que hemos visto en Doha y declaraciones políticas que no se incluyen en los acuerdos como la de la Unión Europea sobre la necesidad de eliminar las subvenciones a los combustibles fósiles, que abren un campo para que organizaciones como Greenpeace sigamos presionando a los gobiernos a hacer más.
Pero esto no es todo, porque estos países están generando algo mucho más importante para el avance de la negociación en este foro: la coalición de fuerzas positivas, que ve nacer nuevos grupos de países progresistas y cuenta con el apoyo de la sociedad civil internacional. En Doha, además, hemos visto a la juventud de los países de Oriente Medio, eminentemente petroleros, pedirle a sus gobiernos un cambio de paradigma, y a la Secretaría General de Naciones Unidas para Cambio Climático expulsar para siempre del proceso a un conocido negacionista, por verter opiniones que nada tienen que ver con la ciencia.
Estas son las dinámicas que mueven el proceso, por eso desde Greenpeace le pedimos a la Unión Europea que recupere su liderazgo climático y se una a esta alineación de fuerzas positivas para contrarrestar las posibles presiones de Estados Unidos y China en la negociación del nuevo acuerdo global. Porque frenar el cambio climático no sólo va en interés de los miles de millones de personas que ya se están quedando sin casa, sin alimentos o sin vida en todo el mundo, sino también en interés de sectores clave en la economía europea que sufren ya graves impactos derivados de los cambios asociados al aumento de la temperatura global. España debe liderar esta lucha en la UE, por ser uno de los países más afectados de Europa por el cambio climático y por la necesidad que tenemos de dinamizar la economía, algo que puede derivarse de la lucha por el clima, que reactivaría sectores que generan empleo y ahorro como el de las energías limpias o el de la construcción.
Para más información:
- Documento “¿Qué ocurrió en Doha?”, donde Greenepace analiza la conducta de los países más relevantes en la negociación.
- Clima o economía, no tenemos por qué elegir.
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