Ignacio Fontes
Lo diré como lo siento, de manera terminante y contundente: a Zapatero sólo le falta dejarse el bigote y meternos en una guerra para que su camuflaje de Aznar, del fondo de armario de la Señorita Pepis, lo haga invisible en el paisaje de lo que una vez prometió que sería el País de las Maravillas, éste.
Por Diez y por España, con tal de avanzar en la construcción de una sociedad más libre y más justa, hemos pasado por los carros de la reforma laboral, las carretas de la congelación de las pensiones, las carretillas de la reducción de los sueldos, las galeras de los impuestos indirectos (contra los pobres) y la levedad del ser y aparentar de la subida de impuestos a los ricos y estábamos preparados para subirnos a los carretones de la jubilación, planes B y lo que nos esperara. Todo con derroche de comprensión (lo que ya era optimismo, tras la desaparición del ministerio de Igualdad), con conformismo ante los imponderables de la asoladora crisis larvada en el aznarismo y la amenazante fuerza global de los mercados, el nuevo Moloch capitalista. También, atrincherados contra las cavernas, las mediáticas y las de los partidos políticos, que amenazan nuestra democracia, empezando por la Constitución (con sus inmoderados ataques al estado de las Autonomías) y hasta las conquistas sociales que costaron tanta sangre, cárcel y opresión durante tantos años de dictadura.
Pero nada parece importar en Moncloa, pues hete aquí que, en vísperas de la llegada del papa Ratzinger a España, uno de los nuevos ministros, el por lo demás admirado Ramón Jáuregui, anunció que la rendición no sólo incluye las urgencias económicas que estamos sufriendo, impuestas por la supervivencia, sino la definitiva sumisión ideológica al extremismo de la derecha que abanderan Partido Popular e Iglesia católica. Así que, para empezar, meten en el baúl de las causas perdidas una ley tan elementalmente democrática como la de Libertad Religiosa, lo que condena a España –y a los millones de españoles no católicos y no religiosos– a seguir en el vagón de cola de los países civilizados. Lo de Jáuregui en la Ser fue caricaturesco, para reír si no fuera para llorar: es que el PP no quiere, vino a decir... (Hora 25, Ángels Barceló, Cadena Ser, 04/11). ¿Y la mayoría de españoles que la reclamó en las elecciones generales? ¿Y la Constitución, aprobada incluso por quienes hoy “no quieren”? Luego lo ratificó ZP en sede parlamentaria, aludiendo a la necesidad de “un gran consenso”: sí, el mismo con el que nos impusieron a los españoles la No-libertad religiosa...
Sólo falta, ya digo, una ridícula excursión a Perejil, o a otras finas hierbas; conceder autonomía al poder judicial y alentar lo mismo en las Fuerzas Armadas (el matrimonio homosexual y el derecho al aborto se lo dejan a la coalición PP-Iglesia, para que no se les rompa la hiel y puedan arrasar también cuando se hagan con el poder) para que el turbio paisaje aznarino, del que no logramos salir del todo, se confunda con la tiniebla franquista con que entronca. Y todo quede, en efecto, atado y bien atado: quod erat demonstrandum.
Con razón al Vaticano e incluso a la retrógrada Conferencia Episcopal Española le dio igual si ZP iba a las misas de Ratzinger en España, se quedaba jugando al dominó (en pasado) o se iba de excursión a Afganistán: premio de consolación y gestos inútiles de cara a la galería –ya no sé a cuál; no sé si lo sabrá ZP– a cambio de hechos sólidos de cara a los intereses clericales. Ahí estuvo ese Lombardi, portavoz del papa, justificando la ausencia de ZP: por nosotros, como si se opera, dijeron los ensotanados.
Puñalada vaticana sin extremaunción
Pero como Diez castiga y no da voces, Ratzinger agradeció el antidemocrático regalo con una puñalada trapera en el vuelo de venida a España, en el que, ante la prensa internacional, nos acusó de anticlericalismo feroces –no acuse tanto y pregúntese el porqué el santo padre que vive en Roma– y amenazó con una “reevangelización”: ¿no tiene miedo, si nos manda misioneros, de que nos los comamos? En mi barrio se dice, es tan castizo...: además de puta, poner la cama.
Me pregunto qué dirían los que no paran de hablar –y, al mismo tiempo, “son incapaces de ponerse colorados” (el gran y añorado José G. Cano dixit)– si un Castro, un Chávez, un Mohamed, un Ahmadinejad o cualquier otro de sus muñequitos de vudú favoritos, dijera: “A esta España la tenemos que resocializar”. Todo lo que se tragan doblada del Ratzinger lo desplegarían hasta el infinito para darnos la murga. Así son la vida, la Europa cristiana y lo que queda de (la católica) Ej-paña! ¿No despertó el Rajoy, o uno de sus compañeros de siesta eterna, para decir que estaba de acuerdo con Ratzinger, salvo en que no se queman iglesias? Este Rajoy, o su camastrón, que no den ideas, que sé de muchos que le pegarían fuego con gusto a ese adefesio apellidado “catedral de Madrid”. O el indocumentado cum laude Esteban Glez. Pons, que dice, literalmente: “El papa [él lo prenuncia con mayúscula; yo, como la Fundéu] es un intelectual que nunca dice nada sin fundamento” (ABC, 08/11); éste es el mismo que acababa de decir lo de Schez. Dragó y la literatura: a mí, desde luego, que no me dé carné ni de millonario.
Menos mal que nos queda un Gaspar Llamazares, que llama a las cosas por su nombre: “como jefe del Estado Vaticano, es una injerencia política inaceptable y si lo hace como un líder religioso, la Iglesia católica tiene una asignatura pendiente: pedir perdón por haber respaldado el golpe, la Guerra Civil y la represión posterior”. Ésos son los años 30 que nos debe la Iglesia católica española. Pues, bien pensado, quizá radique ahí el anticlericalismo español. El actual, porque, además –¡qué coño, dicen en mi barrio!–, no es de hoy ni de ayer; es tradicional: lo que se ha ganado a pulso la Iglesia desde que se dio cuenta, allá en el medievo, de que si la fe estaba en el pueblo, el dinero estaba en el poder.
Ratzinger llegó a un país dividido sobre su visita y enojado por el dispendio que, en época de crisis tan mentada por la derecha, ni menciona los millones de euros dilapidados. Al revés: como aquel desgraciado hermano de Bush que auguró que la guerra de Irak sería un gran negocio para la “República de España”, los portavoces de la Iglesia dijeron que si “subastaran las visitas del papa [también lo prenuncian con mayúscula]” o “la señal de la televisión, habría bofetadas” (Josep Miró i Ardévol, portavoz de E-Cristians, en La Ventana, Gemma Nierga, Ser, 05/11). Perfecto: por mí que se queden otros con los viajes pastorales de su santidad; es más, les regalo en el lote los festivales de Eurovisión. En todo caso, los hoteleros compostelanos y barceloneses ya saben que no ha sido así. En ayuda del vencedor salieron empresas de evaluación de eventos, desconocidas hasta ayer, que certificaron que la visita papal a Barcelona fue el equivalente a una campaña publicitaria de 26 millones de euros. Pues nada, que se subaste el Vaticano a ver quién acude a la puja.
Lo que sí se ha palpado es que la Católica España está empezando a cansarse de su papel; el 17% se declara practicantes y aunque un 64% dice considerarse católico, quizá sea porque es más sencillo realizar los doce trabajos de Heracles (o las pruebas de Humor Amarillo, para quienes no sean amantes de las lenguas muertas o clásicos, como uno) que apostatar; tales son las trabas –para empezar, se han buscado una palabra fea, ominosa, acusadora–. Claro, cada apostasía es un clín-clín de menos en la caja registradora y hasta ahí podíamos llegar: una cosa es que seamos ateos –que nos den, ya nos abrasaremos en las interminables llamas del infierno– y otra que desciendan los dineros que nos extraen –qué bonito y elegante término– de los bolsillos. Pero que la faciliten mediante un correo-e y luego hablamos. No creo que en la reevangelizada España fuera, por fin, aplicable a la Iglesia católica la ley de Protección de Datos, ley orgánica, y tantas leyes cuyo cumplimiento elude la Iglesia en España.
La pederastia, tradición con denominación de origen
¿No sería mejor para todos, el negocio eclesiástico, los españoles y, sobre todos, los niños del Dejad que se acerquen a mí que el Vaticano hiciera la conveniente autocrítica y, en vez de zapatitos papales de charol rojo firmados por Prada, volviera a la Iglesia de los desposeídos que imaginó Jesucristo? De paso, quizá la elaboración teórica le valiera al PSOE para volver a sus bases socialistas en vez de tratar de dorar la píldora a quienes no le van a dar un voto ni por caridad.
En la España anticlerical y olé, Ratzinger no ha dicho ni una palabra sobre la pederastia clerical –tan poco perseguida, tan ocultada aquí–, pero nada más volver a casa convocó con urgencia un sínodo, o un consistorio: lo que sea, para tratar de encauzar lo que se está convirtiendo en un tsunami que amenaza llevarse por delante la columnata de Bernini (una bella tirada de bolos...).
Pero la pederastia eclesiástica no es una maldición de actualidad en los últimos estertores de la Iglesia (según las predicciones de Nostrasladamus) sino que parece signo de identidad de todos los tiempos, quizá, como dicen, efecto del celibato obligatorio, que si bien evita que se dispersen los bienes de los religiosos –la Iglesia es el mayorazgo– obliga a la búsqueda y captura de carne débil e indefensa. Como es marca de la casa, además del conocimiento, el rigor, siempre acudo a fuentes incontestables (excepto por la murga del fanatismo integrista, tan idéntico, ay, entre los bautizados como entre los islamistas) y nada mejor que la doctrina que los juristas denominan de los actos propios, sus palabras, contra los que no cabe actuar ni contradecir.
Actos propios que recorren los tiempos: de la antigüedad, las palabras del papa Bonifacio VIII (1294-1303), quien decía: “El darse placer a uno mismo, con mujeres o con niños, es tanto pecado como frotarse las manos” (Karl Josef von Hefele [Unterkochen, Württemberg, Alemania, 1809-Rottenburg, Tübingen, Alemania, 1893], Historia de los Concilios de la Iglesia [Conciliengeschichte, 1855-1874], vol. II, libro 40, art. 697) y de la modernidad, las del obispo de Tenerife Bernardo Álvarez, quien dijo por esa boquita podrida: “Puede haber menores que sí lo consientan [se refería a los abusos sexuales de los eclesiásticos] y, de hecho, los hay. Hay adolescentes de 13 años que son menores y están perfectamente de acuerdo y, además, deseándolo. Incluso si te descuidas te provocan” (La Opinión, 26 de diciembre de 2007). Lo peor de todo es que estoy convencido de que tanto el Boni como el Berni hablaban con sinceridad, por una vez, que el uno se lavaba las manos y el otro se sentía provocado. Entre medias, el obispo de Málaga en 1943, Balbino Santos Olivera, que prohibió a las mujeres ir a la iglesia “con manga corta” y a los niños, con “todos sus muslos al aire” (Normas concretas de modestia femenina, Diócesis de Málaga, 8 de diciembre de 1943), quizá con la buena intención de que, llena de provocaciones la misa de 12, la iglesia no se convirtiera en una casa de citas.
Los dedos se les han hecho tradicionalmente muslos, guiños, aguas: huéspedes...
Y ahora que tanta curiosidad y polémica ha despertado en España el caso de la niña-madre rumana de 10 años, puede recordarse en este pliego de reproches que otro papa, Pío IV, expidió dispensa papal en 1572 para que un joven español de 22 años desflorara en matrimonio a una niña española de 10 años. La víctima, Ana de Silva y Mendoza (1560-1610), hija de la princesa de Éboli, que había sido prometida con cuatro años (1565) al favorecido cuando éste tenía 15: Alonso Pérez de Guzmán el Bueno (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz 1550-1615), VII duque de Medina Sidonia, Capitán General de la Mar –fue director del desastre de la Armada Invencible, entre otras catástrofes militares– y, claro, una de las mayores fortunas de Europa.
A quien arguya que “eran otros tiempos” –pero, ¿cuáles “otros”: el siglo XIII, el XVI, el XX, el XXI...?–, respuesta de plantilla: “Me hará el favor de no echar mano del pobre argumento anti-intelectual del ‘era la época’. Si lo desea, puedo proporcionarle decenas de nombres de personas de deslumbrante belleza moral de la época”.
En fin, podría extenderme hasta el aburrimiento, pero lo cierto es que no hace falta: ya estamos aburridos, hartos, de la pederastia eclesiástica, parte visible del iceberg de la intolerancia, reaccionarismo, autoritarismo, dogmatismo integrista que, tacita a tacita, está terminando con la obra de Cristo en la tierra.
Pederastia con bula papal
De modo que, colaboracionista como es uno, voy a proporcionar, periodistas-es.org mediante, unos materiales objetivos para el consistorio, el sínodo o lo que sea del Vaticano que va a reflexionar sobre la pederastia eclesiástica.
Se trata de un documental producido por la BBC británica en 2006, titulado Sex crimes and the Vatican, trabajo del periodista Paul Kenyon, reportero desde 1999 para el programa Panorama, The world’s longest running investigative TV show, el programa de investigación de TV más veterano del mundo (programa semanal que se emite ininterrumpidamente desde 1953).
Hablamos de uno de los grandes reporteros de investigación del periodismo anglosajón. Sus trabajos están en la mente de todos, aunque ignoremos su autoría; entre ellos, las primeras filmaciones de las bases nucleares secretas de Irán; la denuncia de compañías farmacéuticas occidentales que testaban en India sus medicamentos utilizando sin su conocimiento a pobres e iletrados “as human guinea pigs”, como conejillos de indias; la denuncia de las compañías Gap y Nike por romper sus propias reglas de producción ética en sus factorías de Camboya; hizo una de las rutas más peligrosas de la inmigración clandestina a Europa y, en fin, filmó a convictos de pedofilia y de asesinatos infantiles en libertad provisional con acceso a los niños de dos albergues públicos de la ciudad de Bristol...
Por eso su reportaje sobre la pederastia eclesiástica ha merecido premios, la prohibición para ser emitido en Brasil, Portugal e Italia entre otros países y, sobre todo, ninguna denuncia. Difícilmente podría ser perseguido, pues Kenyon no presenta sino pruebas y testimonios, tanto los desgarradores de víctimas o de sus familiares como, lo que es más significativo, los indignantes de religiosos pederastas, que, amparados por la prescripción de sus crímenes o el cumplimiento por ellos, los confiesan ante la cámara e incluso remedan sus métodos de seducción de menores.
Pero lo más importante del trabajo de Kenyon no es lado humano, y la cruz inhumana, del asunto sino la voluntad expresa y hecha norma desde comienzo de los años 60 del pasado siglo de que los delitos de pederastia del clero fueran un secreto que no saliera a la luz ni de la férula de la Iglesia. Cuando empezaron a salir a la luz casos de curas pedófilos o violadores, el Vaticano actuó para evitar que víctimas y verdugos llegaran a los tribunales.
El doloroso testimonio de Colm O’Gorman, muchacho irlandés repetidamente violado a la edad de 14 años por Sean Fortune, párroco de Ferns, condado de Wexford; a los 54 años, se empeñó en investigar y denunciar los abusos sufridos. Recuerda que cuando se descubrieron los abusos, el arzobispo Brendan Comiskey impidió que llegaran a la justicia y que, en vez de apartar al pedófilo extremo –violaba al niño antes y después de la primera misa dominical, le hacía asistir a la segunda y luego lo llevaba a tomar café y seguía abusando de él–, lo trasladó de parroquia en parroquia; cuando, finalmente, la policía y la justicia intervinieron, el estuprador había desaparecido. El Vaticano obligó a Comiskey a dimitir cuando creció el escándalo. La lucha de O’Gorman por obtener tardía justicia reveló que 26 curas del condado habían abusado de un centenar de niños y adolescentes...
Estas investigaciones descubrieron, en 2005, la existencia de una directiva secreta del Vaticano a los obispos para ocultar los abusos pedófilos del clero. En 1962, la Congregación para la Doctrina de la Fe, la originalmente llamada Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, la popular Inquisición, redactó un documento confidencial, titulado Crimen sollicitationis (Delito de solicitación), con las instrucciones de cómo debían actuar los obispos de todo el orbe católico cuando un sacerdote solicitara sexo al penitente aprovechando el sacramento de la confesión y, por extensión, en todo acto de abuso de menores y de jóvenes de ambos sexos. El documento, que había de ser guardado en la caja fuerte de cada obispado, imponía “un estricto juramento de guardar secreto por parte de la víctima, el niño, del sacerdote acusado de ello y de todos los testigos. Quebrantar este juramento significa verse apartado de la Iglesia católica, la excomunión”, dice Kenyon en su reportaje. Todo el documento gira alrededor de cómo evitar que se conozcan los casos de pederastia y abusos y cómo proceder con todos los actores de los sucesos salvo con las víctimas, a las que se había de coaccionar para Aidan Doyle, que no acudieran a otra instancia fuera de las eclesiásticas. El testimonio de otra víctima de los curas irlandeses, resume la política de la Iglesia católicas con las víctimas: “Me dijeron que debía perdonar y que el padre debía perdonarme a mí”: estremecedora frase que recuerda las provocaciones que aducía el obispo de Tenerife...
El documento “Crimen sollicitationis” fue elaborado por el cardenal Alfredo Ottaviani, secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y emitido por el papa Juan XXIII, el llamado “Papa bueno”. Algunas informaciones ligan a Ratzinger con la redacción del documento, cosa imposible, pues en 1962 era un joven teólogo profesor en la universidad de Bonn. Sin embargo, años después, el 25 de noviembre de 1981, Juan Pablo II le nombró prefecto de la citada Congregación, sin que la política vaticana respecto a los curas pedófilos cambiara lo más mínimo. De hecho, en 2001, la Congregación exigió para sí el conocimiento y la competencia exclusiva sobre todos los casos que se conocieran, manteniendo los gravísimos castigos para los católicos que trasladaran sus denuncias a las autoridades judiciales. Numerosos casos de pederastia eclesiástica cayeron, pues, bajo la competencia directa de Ratzinger, quien si bien impuso algunas restricciones a los acusados evitó que sus crímenes llegaran a conocimiento público y fueran perseguidos por los tribunales de justicia.
A continuación, el reportaje de Kenyon en cuatro tomas tal como se puede ver en You Tube:
Crímenes sexuales y el Vaticano (1/4)
Crímenes sexuales y el Vaticano (2/4)
Crímenes sexuales y el Vaticano (3/4)
Crímenes sexuales y el Vaticano (4/4)
El terrible reportaje termina con una pregunta de Kenyon a uno de estos sacerdotes criminales, qué le ocurrió cuando se descubrieron sus abusos. La respuesta del cura pederasta resume el horror del asunto: “La verdad es que nada. La vida siguió igual”.
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escrito por Abel Alberto Manríquez Machuca, noviembre 21, 2010
Un asunto son las religiones en sí mismas y otra las acciones de sus representantes humanos, los que como tales al fin de cuentas respiran, comen, beben, tienen instintos, ansiedades, pero además lo que corresponde al ser social. La sexualidad es una de las energías más arrolladoras del ser humano y autoreprimirla -siendo además natural- , es muy difícil. Entonces, por simple estadística no más, en el sacerdocio tienen que existir miembros que no pueden con sus instintos y, esa misma auto-represión, puede ser causal de una sexualidad desviada.
Esto no tiene nada que ver con cuestionar a la religión en sí misma o con irrespetarla. Al contrario, es tratar de que no haya "manzanas podridas" en el cajón.
La Iglesia es una sublime entidad, pero es una Institución con pies en la Tierra. Y en todas las instituciones la tendencia primera cuando algo grave interno ocurre y que puede afectarla, es la acción encubridora o de "defensa corporativa".
Lo más grave es que las instituciones religiosas se consideran dueños de la moral y de las "rectas costumbres" y pretenden imponerlas de un modo u otro a todo el universo humano (el actual Papa, como Cardenal Ratzinger incluso expresó condena a la música rock, pero décadas atrás otro estuvo a punto de prohibir por Bula el baile del tango). Pero ese mismo pedestal de moralidad en que se elevan, es tu trampa cuando caen en deslices y delitos humanos, a través de sus miembros, como cualquier hijo de vecino con similares desviaciones.
Y entonces, al falta es muchísimo más grave, porque proviene de los detentadores y promotores del gran paradigma del bien único y supuestamente universal. Ante ello, esconder las basurillas bajo la alfombra o intentarlo de nada sirve.
La fe no se defiende mejor con dogmas, sagradas escrituras interpretadas, o con una adhesión ferviente y fanática. La fe se defiende y se expande mejor con el ejemplo. ¿Qué habría hecho Jesús hoy día?

escrito por Alfonso Torres Robles, noviembre 20, 2010
Si le interesa la historia completa, le recomiendo que lea mi libro La Prodigiosa aventura de los Legionarios de Cristo (Foca, 2001) donde, por primera vez, se dio a conocer la vida y milagros de esta orden religiosa. Muchos sacerdotes legionarios que no se lo creyeron en su momento ahora que saben que todo era cierto se rasgan las vestiduras… y Ratzinger disimula con su supuesta “tolerancia cero” hacia los pederastas. Pero yo me pregunto, ¿si tan decidido está, por qué no entrega su larga lista de sacerdotes pederastas a la policía de cada país para que ésta actué? Entonces sí se podría pensar que algo está empezando a cambiar en el ‘reino del bien’.

escrito por Antonio Sánchez, noviembre 18, 2010
La biblia describe a la Iglesia(entre otros) como Babilonia la Grande, la gran Ramera, la madre de todas las cosas repugnantes de la tierra.
Me encantaría tener al Papa delante y preguntarle que opina al respecto.