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Miercoles, 20 de Febrero de 2013

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Poco después de que se iniciara el Año Nuevo Chino, el Papa Benedicto XVI (Sumo Pontífice, Pontifex Maximus, título anterior a los césares), sorprendió a todos, creyentes y distantes de diversa índole. Anunció su retirada, abdicación o dimisión, en latín, lo que me parece extraordinario.


          A Isabel Mtnez. Reverte, que anima el debate mensual de los Descartes (y descartados)



MEX-Ya-BastaSegún Reporteros Sin Fronteras (RSF), el número de periodistas asesinados en 2012 subió un 33 % con respecto al año anterior. RSF da la cifra de 88 periodistas fallecidos violentamente por ejercer su oficio. Esa ONG internacional señala que otros 47 ciudadanos que utilizaban la Red para informar, aunque no fueran profesionales de la información, también perdieron la vida por hacerlo.

 Y otras seis personas, que trabajaban para los medios, estuvieron en el mismo caso en 2012. En realidad, eso hace un total de 141 víctimas, además de un número de casi 900 detenidos, de otros dos centenares encarcelados, de unos dos mil que sufrieron ataques de distinta índole. A ellos se añaden los que tuvieron que partir al exilio, los secuestrados, los autores de bitácoras (blogs) que tuvieron problemas y sufrieron arrestos de distintos niveles. Por su parte, la Federación Internacional de Periodistas (FIP), que hace su lista de manera también muy meticulosa y contando con la ayuda de su amplia red de organizaciones afiliadas en todo el mundo, denuncia 121 asesinados y otros 30 que murieron por enfermedad o accidente relacionados con el trabajo periodístico. Eso nos da la misma cifra inicial de RSF, 141 muertos violentamente por causa del ejercicio de la profesión. Una cifra enorme que debería hacer reflexionar a quienes chillan estúpidamente en la calle a los profesionales, camarógrafos, periodistas o fotógrafos, culpándoles de las manipulaciones de sus jefes y de los propietarios de los medios. Gritan a esos reporteros sin saber nada de sus duras condiciones de trabajo, de los contratos laborales restrictivos, dañinos, o de la ausencia de toda contratación legal o –desde luego- cada vez menos bajo el amparo de la negociación colectiva.


Les victimes serbes ignorées par la justice internationale” (escrito por Pierre Hazan, Le Monde, 14 de diciembre de 2012). Un amigo corresponsal en Francia me señala ese titular. Sabe que como periodista me tocó ocuparme de los Balcanes y que -desde entonces- nunca perdí el interés por el desarrollo histórico de aquella parte de Europa, espejo verdadero de la mayoría de los nacionalismos. En ese artículo se considera la liberación de los generales croatas Ante Gotovina y Mladen Markač, condenados en primera instancia a 24 años de cárcel, como la ruina de la credibilidad del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY).
Los crímenes de los que eran acusados tenían que ver con la ofensiva croata que empujó a más de 200.000 serbios a huir de territorios en los que habían vivido ancestralmente, en la provincia croata de Krajina. Las razones jurídicas del tribunal se pueden leer en “The Appeals Chamber Judgment of Gotovina and Mladen Markač ” (escrito por Joseph W. Davids, en The (New) International Law, 3 de diciembre de 2012).  Por el contrario, hay que subrayar que además del fiscal, dos de los cinco magistrados del tribunal expresaron su rechazo de la absolución en votos particulares. 


Lo que voy a escribir irritará a varios de mis amigos españoles y franceses. Para los lectores ajenos, debo aclarar que por razones diversas, personales y profesionales, me muevo desde hace años entre París y Madrid. Desde hace menos tiempo, también entre Madrid y Bruselas. Me siento un extremeño-madrileño en la Glorieta de Bilbao; “un parigot” en el boulevard de Batignolles. Un “brélien bruxellaire” en la zona de Sint Kateljne/Sainte-Cathérine, donde viví dos años. Y que se vayan a hacer puñetas los que crean que soy un esnob por decirlo; más bien, quizá, un inestable desigual. Un deambulador, si eso existe.  Y persisto mientras las circunstancias me lo faciliten. Trato de observar lo que se dice, aquí y allá, lo que se hace, y sobre todo, lo que se calla. El machismo francés es parte de ello.                            Francia es el vecino mayor de referencia, tanto en España como en Bélgica, sobre todo entre su comunidad francófona, que se agrupa en una institución llamada –oficialmente- Communauté Française de Belgique. París es siempre el hermano mayor, que da consejos y te mira un poquito de soslayo.     Las razones son humanas e históricas (merci Napoléon), incluso geográficas. Los belgas en los chistes franceses son los de Lepe. Y no han desaparecido del todo las burlas por su acento, aunque cada vez menos. Porque aún hoy más de un francés se ríe porque los belgas hablan con acento belga (¿cuál de ellos?, hay varios).  Y además porque hacen cuentas diciendo “septante” (Belgica) donde los franceses dicen “soixante-dix”, dicen “bourgmestre” y no “maire”, dicen “chicons“ y no “endives”.
     En Francia, uno sufre –también de vez en cuando- esos tópicos vulgares. También los entusiasmos excesivos de los muy hispanófilos. En una ocasión me tocó escribir el prólogo de un librito-manual para uso de franceses qui quieren trabajar al sur de los Pirineos (S’installer en Espagne”, editado en 2001). Tuve que dirimir con el editor nuestras diferencias.  Él esperaba de mí  un elogio único de la lujuria del sur, el sol permanente y las noches interminables en los bares. Mi prólogo resultó barroco y más largo de lo necesario. Y el día antes de que el librito fuera a imprenta, yo no había tocado una sola coma. Pero cedí y las toqué todas para despejarme de aquel asunto. De todos modos, los tópicos son tan fuertes que uno termina fingiendo que se los cree. Viene esto a cuento porque en España hay una franja social -tradicional o de izquierdas –tan vehementemente francófila como los hispanófilos de allá. Y como en este lado de los Pirineos, se impone la costumbre quevedesca de autoapuñalarse como nazarenos en Semana Santa, hay poco que hacer. Poco importa que sea una cierta izquierda, que no discute lo que viene del otro lado de los Pirineos: allí cortaron la cabeza a un rey y aquí no. Esa idea pesa siempre.    Pero yo no puedo evitar reconocer la historia, pero detestar la frase: “Esto sólo pasa aquí”. Si nos vamos a otros países, sobre todo latinos (Italia, Argentina) o árabes, volveremos a escucharlo para hablar de corrupción, desorganización, abusos o quiebra del derecho. Que la frasecita sea un lugar común y que tampoco defina mucho, no sirve tampoco para nada. A veces, toca callarse.
   En una ocasión, me topé con un parisino amistoso que me elogiaba los avances sociales de Zapatero, “dans un pays aussi catholique”. Me tocó las pelotas con la frasecita. Le dije –no sé si con razón, no pienso comprobarlo- que iba más gente a misa en Francia que en España, que se bautizaban más (no pienso mirar las estadísticas que me ofrezca la Iglesia). Creo que a él eso le importaba más que a mí. Y me atuve al porcentaje de contribuyentes que marcan la casilla “Iglesia Católica” en la declaración de la renta. Y como siguió diciéndome otra vez la misma monserga de “en un país tan…”, al hablarme de la aprobación del matrimonio homosexual, le recordé que las ciudadanas españolas tuvieron derecho al voto en la República Española en 1931; en la Francia republicana, no sucedió hasta el final de la II Guerra Mundial. Ni con Frente Popular francés. “Chacun son histoire pénible, mon pote”, le dije para fastidiarle más tomándome confianzas a la madrileña. Empezó una pequeña discusión. Me citó al alcalde de París, Bertrand Delanoë (alcalde gay de París, también con mi voto de europeo entonces residente en París) y a Simone de Beauvoir. Era un arquetípico “donneur de leçons”, desabrido donde parecía amigable.    Entonces, le señalé que la supresión de la pena de muerte (y su aplicación) tuvo lugar en España mucho antes que en Francia. La suspensión legal llegó allí en 1981, con François Mitterrand; pero la prohibición constitucional no llegó ¡hasta la presidencia de Chirac, en 2007! En España, los últimos ejecutados por pena de muerte lo fueron con Franco aún vivo, en 1975. En Francia, el último guillotinado lo fue en 1977, nada menos. A un lado y otro de los Pirineos me recordarán,  el franquismo, sí, y claro, ahí me tengo que callar; pero la verdad histórica, legal, sobre esos dos avances progresistas (el voto de la mujer y la supresión de la pena de muerte, nada menos), es que llegaron antes a nuestro sur. En España, la supresión constitucional total llegó en 1995, doce años antes que en Francia.


Ruvakuki-HassanHa cumplido ya un año en prisión. Se llama Hassan Ruvakuki y es de Burundi uno de los países más pobres y más corruptos del mundo. Ahora se pudre en la cárcel acusado -nada menos- que de “participación en un ataque terrorista”. Su delito único, en realidad, es haber ejercido su oficio de periodista. Los profesionales de los medios de comunicación de Burundi mantienen un nivel de libertad de expresión casi sorprendente en un entorno muy hostil.


Muchas veces en más de treinta años de ejercicio del periodismo, tuve que informar poniendo por delante mis dudas, más que mis certezas. Y una vez, en una emisora de radio, mentí conscientemente para proteger a una familia y para no añadir dolor innecesario. No me arrepiento de ello, aunque sé que muchas más veces fuí intoxicado -de manera multilateral, a veces por mis próximos en sentido ideológico o por oscuros propagandistas muy bien pertrechados- sin que me diera cuenta o supiera como defenderme de ello.
 En una ocasión, en Kosovo, el  vehículo en el que viajaba con el  equipo de TVE fue ametrallado. Una bala impactó a 20 centímetros, equidistante de mi  cabeza y de la del reportero gráfico que me acompañaba junto a otros colegas. Pero  hasta que no tuve tiempo para repasar las imágenes que habíamos grabado, hasta que no llevé a cabo una investigación propia, ayudado por dos expertos militares, no pude saber quienes –qué bando- nos  había  ametrallado: habían sido soldados serbios. Formaban parte de la caravana de refuerzos que llegaba  a aquel lugar llamado Podujevo, en el que desde primera hora de la mañana, combatían a la guerrilla albanesa de la UÇK. Y repentinamente, al cruzarse con nosotros, decidieron convertirnos en objetivo tras ver marcadas en nuestro vehículo unas  letras enormes que decían “TV PRESS”. 
   Informé a mi redacción y a los observadores internacionales de la OSCE que se protegían entre unas ruinas cercanas. Pero quedaba  muy poco tiempo para nuestro telediario y no pude confirmar mucho más al llegar a Prístina para el envío. Todo fue tan precipitado que hasta varias horas después no supe quién había disparado y de donde habían venido los disparos. De modo que con el apremio del oficio, en aquella primera crónica sobre el asunto, todavía sin estar muy seguro de nada, preferí decir que  “una bala perdida en la batalla de Podujevo impactó en el automóvil de TVE”.  Nada más. Aquel día sí preferí el desafío de la duda.    “La ética en el periodismo es siempre un desafío”, nos dice Javier Darío Restrepo (80 años, más de medio siglo de ejercicio del periodismo), quien ha marcado a muchos en América Latina, y que sigue encargándose del Consultorio Ético de la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano. Este señor, el maestro Restrepo, se mantiene en sus trece en estos tiempos en los que el oficio no duda de casi nada, más que de su propia necesidad y existencia: “El periodismo aporta conocimiento, Internet informa”, responde el maestro. También señala que “la apertura al otro” es fundamental en los buenos periodistas; mientras que –según el mismo Restrepo- “Internet puede tener tendencia a aislarnos del resto del mundo”.
   Al dar lecciones a alumnos de periodismo, el profesor Restrepo enumera un decálogo para discernir quién es buen periodista. Su primera conclusión excluiría a todos los tiburones habituales:El periodista ha de ser una buena persona, es decir, la profesionalidad del periodista se construye sobre un ser humano y si ese ser humano es de mala calidad no se puede ser buen periodista”. Sencillo e increíble.
   Todo su decálogo va en el mismo sentido: además de buena persona, el buen periodista estará orgulloso de su profesión, la considerará útil, tendrá un sentido de “misión”, será un apasionado de la verdad y estará dispuesto a corregirla, a ser rectificado, será autocrítico “y no un sabihondo” (reitera J.D.R.), elaborará y compartirá conocimientos, hará periodismo con objetivos, todos los días, tendrá sentido de los demás, los sentirá en sí mismo, será de verdad independiente y eso será la base de su credibilidad. Finalmente, repite, “mantendrá siempre intacta su capacidad de asombro”. ¿Podemos reconocernos nosotros ahí? Desde luego, por sencillo, es complicado. Y a buena parte de los periodistas-estrella que conocemos no podremos identificarlos con el buen periodismo si les aplicamos el método Restrepo.




Los ataques de Israel a -al menos- dos edificios de medios de comunicación en Gaza no tienen justificación alguna. Tampoco deben relacionarse con sus represalias militares por los cohetes lanzados por activistas de Hamas. Eso pertenece a otro ámbito y esos ataques son claramente premeditados: implican una voluntad y responsabilidad precisas. 


La Federación Europea de Sindicatos (FEP) se unió a los sindicalistas de todo el continente que apoyaban la Jornada de Acción por el Empleo y la Solidaridad en Europa, organizada el 14 de noviembre por la Confederación Europea de Sindicatos (CES). Del mismo modo que otros sectores, el periodismo sufre una crisis por la pérdida de empleos. Para los periodistas, la crisis no empezó en 2008, sino mucho antes, cuando los patronos de los medios empezaron a reducir mano de obra, a presionar más y más sobre los contenidos, sobre la multiplicación de las plataformas tecnológicas, reduciendo su aportación económica y cada vez con menos personal. En los últimos tres años, la situación se ha agravado. En este sentido, actualmente: