Hace justamente 100 años se hundió un lujoso crucero en las heladas aguas del Atlántico Norte. Se llamaba RMS Titanic y, a partir de ese momento, se convirtió en la leyenda que fascinaría a todas las generaciones posteriores.

Por la terrible pérdida de vidas humanas, por la rapidez con la que se hundió, por llevar en sus entrañas tanto a opulentos millonarios que viajaban por placer como a humildes inmigrantes que iban en busca de un sueño…

A la hora de abandonar el barco los botes salvavidas resultaron insuficientes, ya que se consideraba que el Titanic era insumergible. Ese error supuso que sucumbieran 1.514 hersonas y que sólo se salvaran algo más de 600.

>En la lucha por la supervivencia se produjeron casos de salvaje egoísmo y también otros de extremo heroísmo, conforme a la variada condición humana.

De entre esos personajes surgidos de la bruma del desastre, destaca uno, Margaret “Molly” Brown, llamada desde entonces “la insumergible Molly Brown ¿Quién era Molly?

Hija de pobres inmigrantes irlandeses, los Tobin, Molly protagonizó una vida novelesca y fuera de lo común. Casada con su amado J.J. (James Joseph Brown), un pobre ingeniero en minas, lo vió convertirse en multimillonario de un día para el otro gracias a un yacimiento de plata.

Molly dedicó todos sus esfuerzos, a partir de entonces, a la lucha por los derechos de la mujer, convirtiéndose en una conocida y aguerrida sufragista. También fue socia fundadora del Club de la Mujer de Denver, cuya misión era mejorar de la vida de las mujeres a través de la educación continuada y la filantropía, entre otras actividades.

Viajera incansable, Molly fue, en 1901, una de las primeras estudiantes en matricularse en el Instituto Carnegie de Nueva York, lo que la introdujo en las artes y en el fluido manejo del francés, el alemán y el ruso.

Molly embarcó en el Titanic en Cherburgo, la noche del 10 de abril de 1912. Tenía 44 años y viajaba con sus amigos, el matrimonio Astor.

La noche del desastre, se encontraba leyendo tranquilamente en su camarote. Al oír el estruendo del choque con el iceberg, subió rápidamente a cubierta, se colocó el salvavidas y ayudó a otros a hacer lo propio.

Lejos de amilanarse, Molly Brown colaboró en el embarque de mujeres y niños dentro de los botes, decidiendo que, si no había lugar para ella, se salvaría nadando. Alguien la obligó a embarcar y su bote se alejó lentamente del barco siniestrado.

Cuando el Titanic se hundió, en una escena impresionante, sobrevino el silencio y la calma, sólo alterados por las llamadas de auxilio de los que se debatían en medio del océano donde flotaban enormes trozos de hielo.

Molly decidió que debían volver a recogerlos pero el contramaestre Hichens, al mando del bote, se opuso, aterrado ante la posibilidad de que el bote se hundiera por exceso de peso. Mantuvieron una agria discusión que Molly zanjó al empuñar firmemente los remos del bote y ordenar a otras mujeres que hicieran lo mismo.

Recogieron a unos pocos náufragos antes de que murieran víctimas de la hipotermia y continuaron su viaje trágico y silencioso hasta que, con las primeras luces del amanecer, fueron rescatados por el buque Carpathia.

Molly, para entonces, había compartido hasta sus medias con otras mujeres y las había mantenido calientes a todas obligándolas a remar por turnos.

Una vez a bordo, la incansable Molly no se detuvo: ayudó a organizar los socorros, distribuyó mantas y jarros con té hirviendo, hizo de intérprete para las aterrorizadas mujeres inmigrantes que lo habían perdido todo, hasta sus maridos.

Feminista radical, Molly proclamó ante quien quisiera oírla que lo de “mujeres y niños primero” le parecía trágicamente inmoral: “Las mujeres pedimos derechos iguales en tierra… ¿Por qué no en el mar?”.

Aún cuando el Carpathia atracó en Nueva York, Molly permaneció a bordo protegiendo a las desamparadas inmigrantes y, para socorrerlas, realizó entre los pasajeros acaudalados una colecta que alcanzó los 10.000 dólares (una fortuna para la época).

Su fama como valerosa superviviente del Titanic la acompañó toda la vida, contribuyendo a que lograra promover los temas por los que ella había estado luchando: los derechos de los trabajadores y las mujeres, la educación y alfabetización de todos los niños, la preservación histórica de la valentía y caballerosidad demostrada por los hombres que iban a bordo del Titanic.

Durante la Primera Guerra Mundial, Molly se presentó como candidata al Senado de los EE.UU. y trabajó arduamente para reconstruír vastas áreas de la Francia devastada, por lo que fue condecorada con la Legión de Honor.

Después de incursionar durante varios años como actriz en el final de su vida, Molly Brown falleció a los 65 años de un tumor cerebral en 1932.

En su último acto de caridad, legó una suma de dinero para que los niños de los mineros pobres de Leadville, Colorado, recibieran como regalo de Navidad mitones y botas para luchar contra el frío.

Para el resto de nosotros, el nombre y el ejemplo de Molly estarán para siempre unidos al recuerdo del Titanic, ese símbolo que llevamos ya impreso en el inconsciente colectivo como emblema del orgullo, la ostentosidad y la soberbia humanas, y también, del coraje y la tragedia.

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