Hemos crecido escuchando cuentos infantiles donde la gran malvada era la bruja. En La Bella Durmiente la bruja consumaba su venganza durmiendo a todo el mundo durante cien años. En Blancanieves intentaba envenenar a su hijastra con una manzana envenenada. En Hansel y Gretel atraía a los niños dentro de su casita de chocolate para comérselos crudos…
Brujas, hechiceras, meigas o chamanas, las mujeres con poderes extraordinarios siempre han sido señaladas como encarnaciones del Mal, un peligro para el resto de los mortales.Se les han atribuído pactos con el Diablo, sexo con demonios (íncubos y súcubos), la práctica de la magia negra, vuelos sobre palos de escoba, la capacidad de causar maleficios de todo tipo y también la de transformarse en animales, especialmente lobos o gatos negros.
Ya en el Antiguo Testamento, en el capítulo del Éxodo, se prohibía específicamente la brujería y se ordenaba que se la castigara con la pena de muerte mediante unas tremendas palabras: “A la hechicera no la dejarás que viva”…
Ese odio al poder femenino alcanzó su paroxismo durante las fanáticas cazas de brujas que tuvieron lugar por toda Europa durante la Edad Media, entre los siglos XV y XVIII.
Se creía que las brujas celebraban reuniones nocturnas en los bosques llamadas ‘aquelarres’, en las que adoraban al Demonio besándole el ano (Osculum infame).
Éste las recompensaba, entonces, imponiéndoles su marca y otorgándoles drogas mágicas con las que celebrar sus hechizos.
Durante estos aquelarres, también se afirmaba que las brujas realizaban ritos demoníacos que suponían una inversión sacrílega de los ritos cristianos, como recitar el Credo al revés, consagrar una hostia negra o dar la bendición con un hisopo negro.
Estas mujeres poseídas supuestamente realizaban, como corolarios de sus reuniones, opíparos banquetes (algunos con carne humana), seguidos por frenéticas orgías sexuales.
Las ceremonias requerían, según los acusadores, el asesinato de niños pequeños, así como otros sacrificios humanos.
La caza de brujas se originó a partir de la creación de la Inquisición, un tribunal eclesiástico concebido por el Papado para combatir la herejía, pero que, a partir del siglo XIV, se dedicó con especial ahínco a perseguir a las posibles brujas, logrando sus confesiones mediante atroces torturas.
Hubo más de 100.000 procesos y unas 60.000 ejecuciones probadas de mujeres consideradas brujas (casi todas fueron quemadas vivas en la hoguera), aunque algunas fuentes creen que la cifra real puede duplicarse o triplicarse.
Cualquier mujer que se destacara por su belleza, o por su capacidad de seducción, o por su inteligencia o por sus conocimientos sobre hierbas medicinales, podía ser acusada -y juzgada- como hechicera.
El revisionismo histórico que llegó con el siglo XX puso las cosas en su lugar.
Entre 1921 y 1954 la antropóloga inglesa Margaret Murray expuso en tres libros una teoría en la que demostraba que la brujería derivaba de una antigua religión neolítica, panteísta y matriarcal.
Los ritos de fertilidad prehistóricos para lograr que la naturaleza no muriera en el invierno y concediera buenas cosechas en el verano incluían orgías sexuales y sacrificios humanos (para que la sangre derramada fertilizara la tierra).
Hay acreditados autores que atribuyen a este antiquísimo rito, en que un joven dios era sacrificado para salvar las cosechas, el origen del dogma cristiano del sacrificio de Jesús en la cruz para redimir los pecados.
Es España el último juicio a la brujería tuvo lugar en Zugarramurdi, Navarra, a finales del siglo XVII.
Los inquisidores se encontraron con el problema de que había varios miles de mujeres acusadas de brujería.
Si todas resultaban condenadas ¿cómo quemar vivas a tantas?
Dirimieron la cuestión declarando que ninguna de ellas tenía pactos con el Diablo.
A partir de entonces, ya ninguna otra mujer fue enviada a la hoguera.