Manuel López
Supimos que un presidente de la República podía ser una persona de carne y hueso capaz de expresar emociones cuando, según cuentan las crónicas de la hazaña, en el minuto 57 Altobelli va y saca rápidamente una falta a favor de Italia en la zona de medios alemana. El delantero de la Squadra Azzurra abre con tiralíneas el lanzamiento hacia la derecha a Gentile, quien centra al área para que Rossi -“quién, si no”, puntualizan las crónicas- abra el marcador batiendo a Schumacher de un certero cabezazo en el área pequeña. “Gol, gool, goooool, goooooooooool de Italia.”
El escenario es el Estadio Santiago Bernabéu en la final de la Copa del Mundo de 1982. Luego marcarían Tardelli y Altobelli. Italia conseguía su tercera Copa del Mundo tras derrotar por 3-1 a Alemania. El gol de honor alemán lo marcaría Breitner, el segundo de los ocho futbolistas alemanes del Real Madrid.
El estallido de euforia es apoteósico, delirante. En el palco, un veterano luchador antifascista, líder de la Resistencia, salta a sus 86 años cual resorte como un tifosso más con los brazos en alto celebrando el histórico gol de Rossi. Es Sandro Pertini, presidente de la República Italiana, un político irrepetible. En la noche del domingo 11 de julio de 1982 vimos la gloria de la jefatura de un Estado cuando está al alcance de los mejores, no por razón de sangre o linaje, sino por currículo, talante… y coraje.
(Otro ilustrísimo personaje que compartía palco con Pertini era el alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, un político que pasó a la historia como “El Viejo Profesor” y al que le bastaba firmar los bandos como “El Alcalde”. También expresaba emociones, como cuando dijo aquello de “¡Rockeros: el que no esté colocado, que se coloque... y al loro!” El fútbol solo le inspiraba emoción… literaria:
“…nuevos modos de esparcimiento y diversión, tales como el llamado “Football”, expresión anglicana, que en nuestro común castellano equivale a que 11 diestros y aventajados atletas compitan en el esfuerzo de impulsar con los pies y la cabeza una bola elástica, con el afán, a veces desmesurado, de introducirla en el lugar solícitamente guardado por otra cuadrilla de 11 atletas, y viceversa.”)
Doce años después, en la Copa del Mundo de 1994 que se disputó en Estados Unidos, Tassotti le rompería la nariz a Luis Enrique de un tremendo codazo en el área. Ambos harían las paces 17 años después.
Así es Italia, capaz de lo mejor y lo peor. El mapa eurotópico de Heineken la deja intacta, a ver: la Península Itálica solo tiene vecinos al norte: Francia, Mónaco, Suiza, Austria y Eslovenia.
Piamonte, Lombardía, Venecia, Toscana, Umbría, Apulia, Nápoles y Sicilia. Y Cerdeña también, por supuesto; está coloreada del mismo color amarillo pálido en el mapa, aunque se les pasó ponerle el nombre. La novedad es Córcega.
Heineken se la quita a Francia y se la entrega a Italia. A lo mejor es que pensó que tener patente de corso mola más en italiano…
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