Hace tiempo, desterré mi diccionario de entre esos libros-consulta para no caer en la tentación de querer decir palabras conocidas que sustituyeran a posibles “ideas híbridas”. Pues aquel diccionario-oficial portaba la carga definitoria de un cierto espacio intersubjetivo acotado y donde palabras como “hacker” deseaban definir características y connotaciones no apropiadas a mi consideración.
De lo que sabemos, los textos escritos soportan la carga de registrar el conocimiento humano. Y digo humano pues el cacareado saber no deja desde hace de miles de años de desplazarnos por las fórmulas del entendimiento de una “Sociedad literaria”… Vamos a intentar, aprovechando ciertas licencias de uso de las palabras de Peter Sloterdijk, para asumir de mi parte, a su vez, su crítica abierta en su libro “Normas para el parque urbano” a ese otro humanismo de la sociedad del conocimiento que sigue comunicando epistolarmente y simbólicamente las ideas que nos atraviesan.
A estas alturas la palabra humano nos continua invitando a modular aquel concepto ilustrado y burgués, la “humanidad”, que inunda la mayor parte de las estanterías de quienes desconocedores de la procedencia de ciertas palabras, se apropian de éstas en un intento de pertenecer a este hábito de asumir y consumir cultura.
En todo caso, si el conocimiento es interacción y como tal creado, pertenece a un humano histórico, penetrado en el tiempo que alquila el énfasis de este “mundo de la vida” a una sociedad literaria que se cartea en red esta correspondencia bajo la lupa de la observación del lenguaje. Del lenguaje que ha narrado la historia del ser-humano huyendo de su salvajismo animal. Por lo menos, así nos quisieron educar.
Pero, nuestra sociedad-red es una avenida, además, atravesada por un código no-literario que continúa soportando la tradición epistolar del e-mail en rutas que atraviesan el mundo global y dejando atrás este otro “mundo de la vida” cotidiano desde donde hemos construido, hasta ahora, el discurso social. Parece ser que la sociedad de la “acción comunicativa”, ahora en palabras de Jürgen Habermas, quedó deslocalizada en su propio ímpetu comunicativo. Pero, quizá, la deslocalización cursó con la posibilidad de generar espacios horizontales del entendimiento. Y sí, frente al destino que una tradición jerarquizada profesando sus ideas verticales.
La cultura-hacker acuñó hace décadas un término “Software libre” ambiguo en su traducción inglesa por contener el vocablo “free” que puede denotar tanto libertad como gratuidad; pero principio de una cultura profesada desde los albores del inicio de Arpanet y que consolidó un formato de interacción “meritocrática” de los fundadores de la red de redes: Richard Stallman, Ted Nelson, Douglas Engelbart, Linus Torvalds y Tim Berners-Lee, entre otros.
Entre otros muchos que profesan el “expertise” en cuestiones TIC (Tecnologías de la Información y de la Comunicación), opinan que procede judicializar bajo las siglas del derecho penal cualquier cuestión que no se comprenda más allá del palmo de sus narices. Cuando, los “límites de la experiencia” del “mundo de la vida” están siendo superados en el uso de otros lenguajes de base algorítmica, atravesando las fronteras con códigos desconocidos, no sólo para los peritos “expertise” sino para el resto de los ciudadanos que no entendemos de programación pero, por lo menos, nos creemos en el derecho de ser conscientes de nuestros límites-ciudadanos. ¿Quizá, ha fracasado nuestro lenguaje como medio de comunicarnos más allá de acciones racionales? O ¿El límite de nuestra “humanidad” nos ha descubierto que siempre nos rodearon más elementos interactuantes?
Terminando de mencionar, de nuevo, a Peter Sloterdijk tendremos que intentar habitar “otros espacios” donde la técnica y la tecnología se hibriden en la crisis de lo que se llama la “humanidad”. Quizá como fisura de nuestra aún impermeable visión antropocéntrica y abocados a empezar a entendernos con las máquinas, nuevos habitantes de un contexto inter-subjetiva-técnicamente normado.