Ileana Alamilla
La salud es un derecho humano que en Guatemala ha sido permanentemente violentado. Basta analizar las cifras de pobreza y pobreza extrema para imaginarse si esas personas que no tienen para comer pueden gozar de un estado de plenitud, que es lo que implica estar sano. El sistema de salud ha sido siempre el gran cuco de los gobiernos que, cuando hacen campaña proselitista, ofrecen resolverlo todo; critican a los funcionarios de turno que no atienden las demandas y aseguran que en su administración esos tétricos cuadros de personas haciendo colas, yaciendo en camillas deplorables o con cara de desconsuelo porque no hay medicinas para curarse, ya no se verán más.
Los gobiernos siempre le quedan a deber a la gente pobre. Recientemente, el presidente emitió un comentario muy desafortunado ante la huelga de los médicos, al señalarlos de “haraganes” y recordarles que tienen la obligación de trabajar, aunque no haya medicinas. Les dijo que le dieran la receta a la gente para ver si la puede comprar, les pidió que por lo menos le dieran atención.
Una joven estudiante circuló una carta impregnada de indignación ante tal calificativo despectivo y esas declaraciones presidenciales. Le dice que es estudiante de séptimo año de Medicina y le recuerda que la gente que va a los hospitales es pobre, que no tiene cómo comprar medicamentos, pues viven con menos de Q16 diarios y algunos hasta con Q8.
Le cuenta que en su “último mes de carrera, en enero de este año, trabajó un promedio de 80 horas semanales, pasando aproximadamente 36 horas seguidas sin dormir cada cuatro días, haciendo dos comidas formales al día, buscando tiempo y fuerzas para estudiar para los exámenes finales y su privado; haciendo esto por pasión y vocación de ser médica. Y de ajuste le informa que “no le han entregado los Q1,200 que le corresponden como parte de su bolsa de estudios acordada en su contrato”.
Con este argumento categórico rechaza que ellos rehuyan el trabajo. Y quienes se han dado una vuelta por los hospitales públicos, tienen conocidos, parientes, hijos o amigos médicos o han leído al respecto saben muy bien todos los riesgos que esos galenos, la mayoría jóvenes, corren trabajando en esas condiciones.
Un reportaje publicado en este medio es elocuente. Médicos que no tienen guantes, que deben usar jabón en lugar de desinfectante, que hacen coperachas para comprar medicamentos para salvar vidas, usan anestesia de mala calidad e hilo para suturar que no es el apropiado. Esos haraganes trabajan hasta 22 horas seguidas, descansan en lugares degradantes, pasan horas dando ventilación artificial a mano a quien lo necesita, deben escoger a quién salvar la vida, pues no pueden hacer milagros, hacen peregrinajes a entidades privadas para “limosnear” colaboraciones, ponen de sus recursos para ayudar a los más necesitados.
Pero los haraganes son otros, como muchos diputados que no trabajan, viven representando comedias, se alimentan muy bien en sus curules, tienen privilegios y cobran salarios y dietas.
Valiente y digna actitud la de Victoria, la respetable joven médica que refutó al presidente.
Sigue la actualidad de Periodistas en Español en nuestro
Esta dirección electrónica esta protegida contra spambots. Es necesario activar Javascript para visualizarla .
Indica nombre, apellidos, profesión y país.