El pasado 22 de septiembre hizo veinticinco años del fallecimiento en la ciudad de Nueva York de Victoria Kent, una mujer imprescindible en la historia de España del siglo XX.
En 1924 fue la primera española en licenciarse en Derecho en la Universidad Central de Madrid y unos años más tarde en 1930 fue la primera mujer abogada en el mundo en defender y ganar una causa en un consejo de guerra, ante el Tribunal Supremo de Guerra y Marina. Su defendido fue Álvaro de Albornoz, que poco tiempo después formaría parte del primer gabinete provisional de la Segunda República.
En 1931 fue llamada por el Presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, para ofrecerla el cargo de Directora General de Prisiones, que ella aceptó encantada, ya que era un terreno en el que estaba todo por adaptar a los principios ideológicos republicanos, en primer lugar y por primera vez en la historia de España, transformar los centros penitenciarios en lugares de reinserción social de los presos. Hizo cerrar más de cien centros por no reunir laas condiciones mínimas de habitabilidad para un ser humano, fundó la cárcel de mujeres de Las Ventas, donde no existían celdas de castigo, las presas podían tener con ellas a sus hijos pequeños y para la que creó el cuerpo femenino de prisiones. Entre sus primeras medidas, mejorar la alimentación en las cárceles, libertad de culto y permisos por razones familiares. Hizo retirar de todas las prisiones cadenas y grilletes, los hizo fundir en un busto de su precursora Concepción Arenal. Estas medidas la dieron una tal popularidad que hasta fue en cierto modo protagonista del chotis “Pichi” de “Las Leandras,” un éxito de Celia Gámez. “Se lo pués decir/ a Victoria Kent/ que lo que es a mí/ no ha nacido quién...” Estuvo en el cargo hasta 1934.
Había sido diputada por Madrid en 1931 con su partido en ese momento, Radical Socialista. Pero en las elecciones de 1933 que ganó la derecha de Gil Robles, ella que había sido una sufragista histórica, por segunda vez defendió en el Parlamento la no inclusión del voto femenino por su convicción de que la mujer no tenía en España el grado de independencia como para ejercer un voto que no estuviera influenciado por maridos, la Iglesia católica o cualquier otro foro conservador. Sus debates parlamentarios con Clara Campoamor, defensora sin prejuicio alguno del sufragio femenino, por considerar que la independencia del voto se ganaba mediante su ejercicio, fueron sonados, en España y fuera de España. Después de esas elecciones donde no obtuvo su escaño, pudo arrepentirse de haberse puesto en contra del sufragio femenenino, que mucha gente no entendió en ella y que ofendió al fuerte movimiento sufragista que había en la España republicana, que había estado esperando la República como agua de mayo para poder participar como personas pensantes y mayores de edad en la vida política del país, para que a la postre sucediera lo que había querido evitar: el triunfo conservador.
En las elecciones de 1936 –en las que sí votaron las mujeres- obtuvo un escaño por Jaén con uno de los partidos del frente popular, Izquierda Republicana. La guerra civil, la llevó a París, como primera secretaria de la Embajada de la República, ocupándose entre otras cosas de atender a los niños evacuados y al final a los exiliados, organizando su tránsito hacia América. Pero ella no se fue a tiempo y en París la sorprendió la invasión nazi. La Cruz Roja la procuró una identidad de guerra, Madame Duval y como tal vivió los cuatro años de ocupación que empleó en escribir una novela autobiográfica, “ Cuatro años en París”.
Tras la liberación finalmente pudo irse a Méjico donde se mantuvo dando clases de Derecho Penal en la universidad. Fundó y dirigió en ese país una Escuela de Capacitación para personal de prisiones. En 1949 fue llamada para trabajar en Naciones Unidas en Nueva York en un servicio de Defensa Social, para con su experiencia ocuparse del lamentable estado de las cárceles en America Latina. Pero el servicio resultó ser tan burocrático que lo abandonó ante su inutilidad práctica.
Siempre militante, creó en Nueva York la revista Ibérica, que dirigió durante veinte años – 1.954/74 – que entre otras cosas publicaba noticias de España para los exiliados españoles en Estados Unidos. Regresó a España una vez, en 1977, cuando ya tenía 88 años, pero volvió a Nueva York y allí murió el 22 de septiembre de 1987, con noventa y ocho años cumplidos.
Su vida, con sus luces y sombras, fue una auténtica pasión republicana, la de una mujer avanzada a su tiempo, pionera de las libertades y derechos incluso de aquellos que los habían perdido, procurando que sus vidas entre rejas tuvieran un sentido y una esperanza. Su actitud ante el sufragio femenino fue uno de esos guiños de los dioses, para darla la irónica respuesta de un triunfo conservador que seguramente torció para siempre el que pudo haber sido brillante destino de la Segunda República, que ciertamente nació en malos tiempos, tiempos de la Gran Depresión, del nacional socialismo y del fascismo.
A tu memoria, Victoria Kent. Descansa en paz.