Mercedes Arancibia
[Llegará el día en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que hoy sofocáis]
En una estela del cementerio Waldheim, en Chicago, a modo de epitafio, figuran esas palabras, las últimas, de August Spies, uno de los cinco “mártires de Chicago”, obreros libertarios acusados de conspiración y asesinato y condenados a muerte tras las multitudinarias manifestaciones de trabajadores que se suceden en la ciudad, a partir del 1 de mayo de 1886.
Ese día es sábado y los sindicatos y el periódico anarquista The Alarm convocan desde Chicago una huelga general, que siguen 340.000 trabajadores y paraliza casi 12.000 fábricas en todos los Estados Unidos, en reivindicación de las ocho horas de trabajo (los famoso “tres ochos”: 8 horas de trabajo, 8 de sueño y 8 para instruirse y hacer ejercicio físico). El movimiento prosigue después en señal de protesta por la brutal represión patronal que el día 3 encarga a unos detectives privados disparar a quemarropa contra los obreros que se manifiestan delante de la fábrica de maquinaría agrícola Mac Cormick, causando numerosas víctimas, la mayoría de origen alemán. Mac Cormick acababa de despedir a 1.200 obreros, reemplazándolos por "scabs", esquiroles contratados en los pueblos vecinos y además tiene a sueldo varios detectives armados de la celebérrima agencia Pinkerton, individuos sin escrúpulos que actúan como provocadores, seguros como están de contar con complicidad policial e impunidad judicial.
Al día siguiente, el periódico Arbeiter Zeitung (Diario de los Trabajadores) destaca en la primera. : ¡Esclavos, en pie! Ha empezado la lucha de clases. Ayer han fusilado a unos obreros delante de Mac Cormick. Su sangre grita venganza”. A pesar de la violencia del llamamiento, los sindicatos aconsejan manifestarse pacíficamente y más de 15.000 obreros acuden desarmados a la plaza Haymarket, a escuchar los discursos que pronuncian tres de los suyos: Spies, Parsons y Fielden. Cuando la multitud se está retirando, un centenar de guardias nacionales carga contra ella. Alguien lanza una bomba que mata a siete policías y causa heridas graves a sesenta personas más. Se decreta el estado de sitio y se prohíbe a la población salir de noche. El ejército ocupa algunos barrios durante varios días y la policía llega incluso a vigilar estrechamente los entierros de las víctimas. Hay registros y detenciones en masa. A todo el equipo de Arbeiter Zeitung le detienen en los talleres del periódico.
Entre los detenidos hay ocho líderes obreros y redactores del periódico, todos anarquistas: Auguste Spies, de 31 años, Samuel Fielden, 40 años, Oscar Neebe, 40 años, Michel Schwab, 33 años, Louis Lingg, 22 años, Adolphe Fischer, 30 años y Georges Engel, 51 años. Solamente dos de ellos estaban en la plaza en el momento de la explosión. Albert Parsons, de 39 años, refugiado en casa de unos amigos en Wiscosin, acaba entregándose voluntariamente el día que comienzan los juicios; quiere compartir la suerte de sus compañeros, dice, y también “calentar aun más las causas de los derechos de los trabajadores, la libertad y la mejora del futuro de los oprimidos”.
Entre el momento de la sentencia y el del pronunciamiento de la condena, en ese instante en que el juez pregunta al reo si tiene algo que añadir, los acusados uno a uno exponen su alegato contra la sociedad capitalista. Spies se dirige al juez “como representante de una clase al representante de otra clase” y llama al abogado de la acusación, un tal Grinnel, agente de banqueros y burgueses. Lingg se proclama enemigo irreconciliable de la sociedad burguesa, Parsons explica que el orden capitalista está basado, mantenido y perpetuado por la fuerza… Los demás recuerdan la lucha por las ocho horas, la explotación en las fábricas, la complicidad de la justicia con los patronos, la miseria en que vive la clase trabajadora.
El 17 de mayo les condenan a morir en la horca. Una “medida de gracia” posterior conmuta la pena de muerte de Schwab y Fielden por cadena perpetua, y la de Neebe por 15 años de cárcel. En la mañana del viernes 11 de noviembre de 1887 (conocido desde entonces como Black Friday o “viernes negro”), en el patio de la prisión y a pesar de la inexistencia de pruebas, ahorcan a Parsons, Engel, Fischer y Spies. La víspera, Lingg se había suicidado en la celda fumando un cigarrillo de fulminato (compuesto químico con propiedades explosivas fabricado a partir de mercurio, plata o potasio).
Mi amigo Ricardo Romanos ha reproducido en un diario de Logroño parte del relato que José Martí publicó en el periódico bonaerense La Nación el 1 de enero de 1888: “Les atan las piernas, uno tras otro, con una correa. A Spies el primero, a Fischer, a Engel, a Parsons, les echan sobre la cabeza, como el apagavelas sobre las bujías, las cuatro caperuzas. Y resuena la voz de Spies, mientras están cubriendo la cabeza de sus compañeros, con un acento que a los que le oyen les entra en las carnes: “La voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora”.
Tarde como siempre, seis años después un nuevo gobernador de Illinois, John Altgeld, rehabilita la memoria de los mártires, reconoce el montaje judicial y policial creado para incriminar al movimiento anarquista y de manera más general al incipiente movimiento obrero, y declara la inocencia de los condenados: «No existe precedente en la historia de una ferocidad así. En estas circunstancias, considero un deber actuar conforme a las conclusiones y razones expuestas y ordeno que hoy, 26 de junio de 1893, se ponga en libertad sin condiciones a Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michel Schwab».
Mayo 1. Día delos trabajadores.
Tecnología del vuelo compartido: el primer pato que levanta el vuelo abre paso al segundo, que despeja el camino al tercero, y la energía del tercero alza al cuarto, que ayuda al quinto, y el impulso del quinto empuja al sexto, que presta viento al séptimo…
Cuando se cansa, el pato que hace punta baja a la cola de la bandada y deja su lugar a otro, que sube al vértice de esa V que los patos dibujan en el aire. Todos se van turnando, atrás y adelante; y ninguno se cree superpato por volar adelante, ni subpato por marchar atrás” (Eduardo Galeano, Los hijos de los días, Siglo XXI de España Editores)
Los mártires de Chicago se convierten en el emblema de todos los movimientos de trabajadores a lo largo de más de un siglo. El 1 de mayo adquiere a partir de entonces significado de jornada de reivindicaciones obreras y, más allá, de lucha por la emancipación y la libertad. Tres años más tarde, en 1889, el congreso de la Internacional Socialista reunido en París decide dedicar a los trabajadores de todo el mundo la fecha del primero de Mayo, y hacer de ese día una jornada de lucha en todo el mundo. Después, los distintos fascismos europeos (de Mussolini a Vichy, pasando por los nazis y el franquismo) intentarían cambiarle el nombre por el de Fiesta del Trabajo y adjudicarle un espíritu festivo.
La proletarización del trabajo aumenta en el siglo XIX al mismo ritmo que la mecanización industrial va reemplazando las antiguas formas de producción. Los patronos son amos absolutos en las empresas, donde las condiciones de trabajo son miserables. Las jornadas son de 15 y 16 horas diarias, frecuentemente sin descanso semanal y mucho menos anual. Es normal encontrar en las fábricas y en las minas niños de 6 años entre los obreros y mujeres que hacen los trabajos más penosos e insalubres. Los trabajadores no tienen derecho a organizarse hasta 1824 en Gran Bretaña, 1864 en Francia y 1869 en Alemania.
Hasta la Primera Guerra mundial la población industrial crece constantemente. Entre 1895 y 1914, el número de obreros pasa de 5 a 7 millones en Estados Unidos, de 8 a más de 12 millones en Gran Bretaña, de 3 a 4 millones en Rusia. En 1864 se funda la primera Internacional, en 1868 se consiguen las 8 horas en Estados Unidos (aunque no siempre se plica la ley), el 18 de marzo de 1871, como consecuencia de la guerra franco-alemana del año anterior, en París estalla un revuelta popular que da origen a La Comuna, aplastada pocas semanas después por la alianza de las burguesías francesa y alemana con Thiers y Bismarck: 25.000 trabajadores parisinos masacrados por las fuerzas de la represión (se queman sus cadáveres en la calle), 38.500 detenidos, 13.700 condenas que llegan hasta 90 años de cárcel…
Un himno para todos los trabajadores
Ese mismo año de 1871 nace La Internacional -himno oficial de los trabajadores, de la mayoría de partidos socialistas y comunistas y de muchas organizaciones anarquistas- a partir de unos versos de Eugène Pottier que figuran en la obra Cantos Revolucionarios. Más tarde les pondría música Pierre Degeyter. El 23 de julio de 1888, se interpreta por primera vez en público, en una reunión de la Junta Sindical de vendedores de periódicos franceses. En 1892 pasa a ser el himno de la Segunda Internacional. El 3 de noviembre de 1910, el Congreso Internacional de Copenhague lo entroniza como himno de todos los trabajadores del mundo. En 1919 Lenin lo apoya para la Tercera Internacional y será el himno nacional de la Unión Soviética hasta 1943. Según cuenta Maurice Thorez, el propio Degeyter dirigió en 1928, con lágrimas en los ojos, al coro que cantó en el VI Congreso de la Internacional Comunista, en Moscú.
Aunque, con el tiempo, el primero de Mayo ha perdido su carácter inicial, en la medida en que es festivo y pagado en la mayor parte de los países (occidentales al menos), los sindicatos y los militantes de izquierdas han procurado mantener hasta hoy su carácter de manifestación por la libertad y la emancipación de los trabajadores.
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