Mercedes Arancibia
He leído estremecida un artículo titulado Padre Nuestro que estás en la Armada, publicado el domingo 28 de octubre de 2012 en el diario argentino Página 12 (*). Para centrar el asunto desde el principio: la cosa va del excapitán de la Armada Argentina, Oscar Alfredo Castro, jefe de grupos de tareas navales en Bahía Blanca durante la dictadura (24 de marzo de 1976 - 10 de diciembre de 1983) quien –dice Diego Martínez, autor del artículo- “a finales de 1976 arengaba a colimbas a participar de la ‘nueva gesta libertadora’ mientras sus hijos llevaban seis meses de cautiverio en Campo de Mayo (una de las mayores guarniciones militares del país reconvertida en centro clandestino de detención de la Junta Militar para personas secuestradas, ndlr.)”.
El excapitán de navío Oscar Alfredo Castro, quien cumple arresto domiciliario desde 2009, tiene una cita en los juzgados en 2013 para responder de la acusación de delitos de lesa humanidad cometidos como jefe de un grupo de exterminio con jurisdicción sobre la zona de Bahía Blanca (hay quien lo llama genocidio, pero ese delito no está tipificado en el código argentino). Los hijos del primer matrimonio del capitán –Alfredo y Luis- “desaparecieron” con unos cuantos miles más de compatriotas, después de dos secuestros consecutivos.
El capitán dijo entonces que había sido cosa de terroristas: “No podíamos interceder por el hijo de nadie; hicimos un pacto”; el capitán dice ahora. “¿Podemos dejar a los muertos tranquilos?”.
Ni antes, ni ahora, el capitán ha perdido un minuto para hablar de sus hijos sin ninguna duda torturados, quien sabe si fallecidos en una celda infecta entre una picana y un ahogamiento, quien sabe si arrojados al mar para pasto de tiburones… Ni siquiera una foto. “En su living- dice el periodista- hay cuadros de Jesús crucificado y de la virgen María, pero nada recuerda a sus hijos desaparecidos”.
Alfredo tenía 21 años, estudiaba derecho en la Universidad de Buenos Aires y había militado en la Juventud Universitaria Peronista; Luis, de 18, estudiaba en una Escuela Técnica y ya le habían detenido en 1975, como militante de la Junta Popular del barrio. A partir de 1972, el capitán Castro dejó de mencionar a sus hijos “hasta en el censo del personal superior de las Fuerzas Armadas”.
En diciembre de 1976, mientras el capitán arengaba a las tropas proclamándolas “salvadoras de la patria”, y festejaba el nacimiento de unos mellizos de su segundo matrimonio, Alfredo y Luis regresaban después de meses a su casa “con la barba larga, sucios, un olor acre –recuerdan la madre y una novia -, llevaban la misma ropa. Luis flaco, Alfredo gordo, había pasado meses en una celda donde apenas entraba acostado y solo comía pan. Se había tenido que romper los pantalones porque le habían engordado las piernas…”. Dieron pocos detalles del cautiverio: “Habían estado vendados, encapuchados y atados, custodiados por perros y gendarmes, les torturaron con picana…”. En aquel entonces, el capitán decidió ver a sus hijos para aconsejarles que se fueran del país… Se quedaron, Alfredo quería casarse… el 30 de junio de 1977 se los volvieron a llevar, y esa vez fue para siempre.
Alguien llamó a la madre para decirle que estaban “metidos en problemas” y que tendría que esperarles “mucho tiempo”. La novia-viuda plantó cara al capitán: “Para qué pueden tener tanto tiempo a la gente detenida? ¿Les lavarán el cerebro?”. “No, le explicó el militar, eso sale muy caro”.
“No sé si los mataron. Tengo que suponer que no están vivos”, le ha dicho ahora el excapitán de navío Oscar Alfredo Castro al periodista.
(*) Página 12
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