"El talento no puede ser original, el genio debe serlo". Con esta última frase del prefacio a su libro Genios. Un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares, el maestro estadounidense de la crítica literaria Harold Bloom (Nueva York, 1930, profesor en las universidades de Yale y Nueva York, miembro de la American Academy, Premio Alfonso reyes 2003 y autor de una veintena de libros), nos da una primera aproximación a la definición de genio que ha adoptado para seleccionar el centenar de autores que figuran en la obra como “los más creativos de la historia literaria”.
Otra definición de genio sería decir que se trata de autores que han sobrevivido a una generación, a una edad. De Sócrates, a Shakespeare, Dante, Cervantes, y a Faulkner, Thomas Mann y Walt Whitman, en una “mezcla de crítica literaria y biográfica”, Bloom acaba explicándonos que no se trataba de establecer la lista de “los cien mejores”, sino de escribir sobre cien autores porque le apetecía hacerlo aunque, eso sí, se trata de cien “únicos”: Cualquier otra persona de la época pudo tener los mismos orígenes, las mismas bases vitales y educativas, las mismas cualidades literarias e incluso pudo enamorarse de la misma Beatriz; pero solo Dante escribió la Divina Comedia. Y Saramago. A pesar de que la intención confesada de Bloom era escribir solo sobre genios muertos, en la obra aparece el portugués José Saramago, todavía vivo en el momento en que fue escrita (2002). Su nombre aparece varias veces en el libro, especialmente en las páginas sobre las publicaciones de Fernando Pessoa en los comienzos del siglo XX.
Bloom no solo define a esos genios y ofrece fragmentos de sus obras, o relativos a ellas (muchos son textos antiguos del propio autor lo que, de paso, también convierte este libro en un ejercicio de autopromoción calculada), sino que también explora las influencias mutuas que se han producido a través de los siglos. Hace ya treinta años, leo en un artículo de un digital australiano, Bloom formuló su teoría de “la angustia de la influencia”, según la cual algunos poetas sufren siempre “la autoridad de sus predecesores”.
Estamos ante un libro enciclopédico -de más de 900 páginas y escrito cuando el autor tenía 72 años (recuerda que él es insomne)- que tiene una primera lectura como un serial de artículos sobre el centenar de autores seleccionados (la mayoría europeos y hombres, una crítica repetida) y, después de reposado y digerido, una segunda, y tercera, etc. como libro de consulta. Este “mosaico” de genios está ordenado mediante una división numérica –que guarda relación con la cábala- de diez secciones divididas en dos lustros, cada uno de los cuales contiene cinco autores. En la selección no podían faltar autores tan imprescindibles en lengua española como Cervantes, García Lorca, Cernuda, Borges, Carpentier y Octavio Paz.
El crítico del diario británico The Guardian Frank Kemode define a Bloom como “el último romántico, heredero de una tradición del apocalipsis… el enemigo de los modernistas anti-románticos de su juventud. Tiene su propia religión pero es enemigo de todas las religiones institucionales. Ningún genio puede ser clásicamente religioso; cada cual debe tener su propia gnosis”. Otros le han definido como “el único autor vivo que llama la atención en un mundo que empieza a perder la fe en la literatura”. De hecho, varias de sus obras anteriores están dedicadas a recuperar los clásicos, a atacar las formas de barbarie que amenazan a la literatura y a intentar resucitar la “pasión de leer”. “Más que un critico –escribió Lila Azam Zanganeh en el diario Le Monde en 2003- Harold Bloom es una figura tutelar de la vida literaria estadounidense, prosélito romántico y denigrante de modas”. Y no solo: según su biografía "preconiza un enfoque estético de la literatura en contra de los métodos marxistas, feministas, neo-historicistas y postmodernistas”.
- Editorial Anagrama,
- Colección Otra vuelta de tuerca
- Traducción, Margarita valencia
- ISBN 978-84-339-7615-4
- 944 páginas, 29,90 €
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