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Sábado, 19 de Enero de 2013

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Aquí y Ahora. Cartas 2008-2011: J.M. Coetze y Paul Auster a pelo

LIB-aqui-ahoraA diferencia del amor y la política, que no son nunca lo que parecen, la amistad si es lo que parece: la amistad es transparente” 
(J.M. Coetze, carta del 14.15 de julio de 2008)

Mercedes Arancibia

A pesar de que, naturalmente, Paul Auster y J.M. Coetze sabían uno de otro, y ambos habían leído sus libros, no se conocieron hasta febrero de 2008. El autor estadounidense judío que siempre encabeza las listas de los más vendidos del año y el sudafricano Nobel de literatura 2003, naturalizado australiano, conectaron desde el primer momento, dieron por sentado que tenían que hablar de muchas cosas y, ante la imposibilidad de hacerlo cara a cara más que en las contadas ocasiones en que coinciden en ferias, certámenes y seminarios literarios, iniciaron una correspondencia de las de verdad, de las de carta, sobre y sello. Correspondencia que, después de tres años -e, imagino, porque en algún momento había que poner punto y final para transformarla en libro- es un precioso volumen titulado Aquí y Ahora. Cartas 2008-2011, editado por Anagrama para poner rematar un otoño de libros importantes.

Antes de entrar en materia, algunas precisiones: mientras que Paul Auster, en su casa y su estudio de Brooklyn, sigue escribiendo todo a mano o, en su defecto, a máquina (en una de las cartas muestra su extrañeza porque las habitaciones de los hoteles no incluyan una Olivetti 32, su modelo preferido, entre el mobiliario), Coetze, quien ahora vive en Australia, al final ha entrado en la era de la tecnología, y lo hace en ordenador. Hacia la mitad del volumen, ambos descubren las “ventajas” del fax que les permite obtener respuestas rápidas a algunas cuestiones urgentes, aunque lo que realmente disfrutan es la espera del cartero con la correspondencia, cuya llegada les regocija como a dos niños: Coetze, quien parece más hábil para estas cosas, también ha aprendido a utilizar el fax; Auster, nulo como yo, le pide a su mujer –la estupenda escritora que es Siri Hustvedt- el favor de enviarlos.

Aquí y ahora son algo más de 250 páginas de un diálogo epistolar entre dos grandes de la literatura contemporánea y, sobre todo, entre dos grandes amigos que se plantean preguntas sobre casi todo y aportan algunas respuestas (lo que no es poco al día de hoy): del deporte (que especialmente a Auster le interesa sobremanera, “El deporte nos enseña más sobre la derrota que sobre la victoria, simplemente porque somos mayoría los que no ganamos”) a las ferias y reuniones literarias, pasando por la paternidad, a la que ambos dan una gran importancia, la amistad (“Las mejores amistades , las más duraderas, se basan en la admiración”) el amor, el sexo, el incesto, la pareja (“Un hombre se acuesta con una mujer para poder hablar con ella, para ser su amigo”, ellos sabrán) o el matrimonio.

Mención aparte merece el idioma -¿tiene alguna importancia lo que llamamos lengua materna? Y, en realidad, ¿qué es la lengua materna cuando uno ha nacido por ejemplo en Estados Unidos pero sus bisabuelos hablaban ruso, polaco y yidis: “Uno está tan imbuido de su propia lengua, la percepción del mundo se halla tan profundamente moldeada por el idioma que uno habla, que a cualquiera que no hable como uno se le considera un bárbaro-. Pero en estas Cartas también se habla de filosofía, política, Israel (“Como ha dicho Amos Oz ‘Haz la paz, no el amor’. Pero ni siquiera eso parece ya posible”), Estados Unidos, el apartheid (“El antiguo régimen de Sudáfrica era uno de los nidos de ratas de dictaduras y oligarquías desperdigadas por el mundo que Estados Unidos apoyó durante la Guerra Fría por razones estratégicas. No es ninguna coincidencia que F-W. de Klerk (presidente de la República de Sudáfrica de 1989 a 1994, ndlr.) legalizara el CNA (Parlamento, ndlr) el mismo año que se disolvió la Unión Soviética y cayó el Muro de Berlín”), la crisis económica (“Los mercados financieros se han convertido en un fraude muy perfeccionado, y quienes están al timón son una versión actualizada del artero Estafador de Melville…”), el arte (“Me da la impresión de que a finales de los setenta o principios de los ochenta pasó algo que provocó que las artes perdieran su papel protagonista de nuestra vida interior”), la muerte y la familia.

Y de los libros, del futuro incierto de los libros, de las modernas “bibliotecas” que se promocionan hablando de diskettes, DVD’s o USB, sin mencionar ni una sola vez la palabra mágica, sin decir libro (“Deshacerse de los libros, reemplazarlos por imágenes de libros, imágenes electrónicas. Deshacerse de los muertos, reemplazarlos por fotografías. Me llena de aflicción la perspectiva de la biblioteca del futuro”)… Leer esta comparación entre la muerte de los libros y la de los seres amados me ha obligado a evocar una conversación, no tan lejana en el tiempo, con un amigo que escuchaba mis lamentos acerca del desastroso futuro que les espera a los miles de ejemplares que tapizan las paredes de mi casa: “No te preocupes –me dijo, con el mismo énfasis con que podría haberlo dicho Supermán o el Capitán Trueno- me los llevaré yo”. Ya sé que no es verdad, soy consciente de la imposibilidad actual de que nadie cargue con una herencia imposible de acomodar en ninguna casa “normal”. Aún así le sigo agradeciendo el gesto. Comparto con los autores de estas Cartas la desolación que produce imaginar un mundo donde el papel impreso carezca de valor.

Entre preguntas y respuestas, al final el dúo de escritores ha pintado a cuatro manos un retrato bastante íntimo, y por momentos muy divertido, de dos personajes pertenecientes a la misma generación (Auster , 65 años, J.M. Coetze, 72), aunque con puntos de partida muy diferentes: “Ya llevamos… cerca de tres años y en este tiempo te has convertido en lo que denominaría como ‘el otro ausente’, una especie de primo adulto de los amigos imaginarios que los niños se inventan”. En cada una de las más de 250 páginas del libro está patente la amistad, origen y leit-motiv de esta correspondencia que ambos disfrutan, y en la que se recrean.
Lord Byron dejó dicho que “escribir cartas es la única manera de combinar la soledad y la buena compañía”. Quizá sin saberlo, o al menos sin proponérselo, es lo que han conseguido Auster y Coetze en esta correspondencia llena de matices, de la que ahora nos dejan compartir los tres primeros años.

  • Editorial Anagrama, fuera de colección, Barcelona noviembre 2012
  • Traducción Benito Gómez Ibáñez y Javier Calvo
  • ISBN 978-84-397-2632-6
  • 270 páginas, 18,90€

 


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