“Si pudiera contar la historia con palabras no tendría que ir cargado con una cámara”, dejó escrito el fotógrafo norteamericano Lewis W. Hine (1874-1940) después de haber dejado uno de los legados más valiosos de la historia de la fotografía social.
Francisco R. Pastoriza*
La estética de la fotografía del documentalismo social tuvo en Lewis Wickes Hine a su mejor representante en los Estados Unidos. Obrero en una fábrica de muebles, conserje, vendedor ambulante… Hine entró a trabajar como maestro en la progresista Ethical Culture School de Nueva York, dirigida por Félix Adler, quien le seleccionó en 1905 para que siguiese un curso de fotógrafo con el fin de documentar el fenómeno de la inmigración.
Por entonces Estados Unidos era un país en expansión económica que recibía oleadas de inmigrantes europeos empobrecidos. La isla de Ellis era el paso fronterizo donde tenían que superar el registro policial para entrar en Nueva York. Hasta allí se trasladó Lewis Hine, un maestro tímido y sin experiencia en fotografía, para inmortalizar a aquellas gentes que llegaban con sus familias con la esperanza de iniciar una nueva vida en América.
Sus fotografías de inmigrantes italianos, eslovacos, armenios… trataban de trasladar a la opinión pública una imagen positiva a través de historias individuales, por encima de generalizaciones y prejuicios. Si se tropieza usted con alguna de estas fotografías en la exposición que estos días puede verse en la sala de la Fundación Mapfre en Madrid o si hojea el catálogo de la muestra, puede que llegue a sentir un estremecimiento al contemplar fijamente sus miradas.
Cuando finalizó este cometido, Félix Adler lo trasladó al National Child Labor Committee, otra de sus instituciones, dedicada a ayudar a la población infantil necesitada.
Su primer encargo consistió en hacer fotografías de niños sometidos a condiciones de trabajo abusivas por parte de empresarios sin escrúpulos. En tres años recorrió más de 50.000 millas por Nueva York, Virginia, Massachusets, Georgia, Colorado y Oklahoma, documentando el trabajo de niños y niñas en campos, minas, hilaturas y fábricas. Niños y niñas recolectando algodón, vendiendo periódicos por las calles de las grandes ciudades, trabajando de limpiabotas o ayudando en los trabajos que las familias se traían a casa.
Lewis Hine no era únicamente un testigo objetivo de esta situación. Estaba convencido de que las malas condiciones de trabajo destruían la personalidad y la individualidad de los niños, por eso se propuso que sus fotografías sirviesen como denuncia. Estaba convencido de que eran un instrumento eficaz para promover el cambio social.
En 1906 publica las primeras en la revista Charities and the Commons, órgano del National Child Labor, y en revistas populares como Everybody’s y The Survey. Y, en efecto, provocaron una reacción solidaria en el país. Owen R. Lovejoy, secretario de la institución, afirma que las fotografías de Hine han sido más eficaces que ningún otro esfuerzo para situar ante la opinión pública los hechos y las condiciones del empleo infantil. Hine tenía una gran capacidad para entender el poder persuasivo de las fotografías, que combinaba con textos explicativos que él mismo redactaba.
REFUGIADOS Y OBREROS. EL EMPIRE STATE
En 1918 fue contratado por la Cruz Roja para fotografiar los efectos devastadores de la gran guerra en Europa y, sobre todo, las condiciones en que vivían los refugiados procedentes de los Balcanes, de Italia, de Grecia, de Gran Bretaña, de Francia, de Bélgica. Estas fotografías constituyen uno de los elementos más dramáticos de las consecuencias de la guerra. A su regreso a América se dedica a documentar las condiciones de la clase obrera en el mundo industrializado, fotografiando al hombre entre turbinas, bombas de vapor, generadores… y a trabajadores de otros oficios como estibadores, cigarreros o dependientes de ultramarinos. Quería retratar el lado humano de la industria, al tiempo que mantenía una imagen positiva de la función del trabajador como contribución al progreso social.
Sus fotografías más divulgadas las hizo en 1930 y 1931 durante la construcción del Empire State Building. A sus 57 años, venciendo el vértigo a las grandes alturas, Hine se descolgaba en un cable, entre vigas y grúas, con una cámara anticuada y poco manejable, para inmortalizar la gesta de los obreros en la construcción del rascacielos símbolo de la ciudad de Nueva York. En 1932 estas fotografías y las de los trabajadores de la industria mecánica se recopilaron en Men at Work, su único libro, que supervisó en todos sus detalles. Murió en la indigencia, olvidado por sus contemporáneos, después de que el Museo de Arte Moderno de Nueva York rechazara su legado, que rescató la organización izquierdista Photo League. Cuando ésta tuvo que disolverse a causa de la persecución anticomunista del senador McCarthy, sus archivos pasaron en 1955 a la Fundación Eastman, donde permanecen, enriquecidos con documentos, libros y otros materiales relacionados con la obra del fotógrafo.
*Profesor de Información cultural de la Universidad complutense de Madrid
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escrito por Rafael Jiménez Claudín, febrero 21, 2012

escrito por Edu, febrero 20, 2012

escrito por elvira cordero, febrero 20, 2012

escrito por Abel Alberto Manríquez Machuca, febrero 20, 2012
En realidad, con sus obras se demuestra que "una fotografía vale por mil palabras" y más...
Ahora buscaré por Internet otras tomas de tal autor para captar su mensaje y aprender de su expresión artística e información. Hoy en día que la fotografía es tan popular y existen amplias facilidades tecnológicas para hacer ¡ click ! se piensa que el arte fotográfico es algo fácil. Es más cómodo hacer ¡ click !, y en mayor cantidad, pero hacer fotos de verdad sigue siendo igual de creativo que antes.
Pasa igual que con el arte de escribir. Un escritor de hoy tiene a mano notebook, procesadores de textos, buscadores y hasta bibliotecas a distancia, pero el talento de escribir no ha cambiado nada desde las antiguas civilizaciones de la Antigüedad; lo que ha cambiado es la tecnología de apoyo.