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Martes, 13 de Noviembre de 2012

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Austeridad y crecimiento ¿acaso son incompatibles?

El Faraón del Éxodo, probablemente entre 1700 y 1600 antes de Cristo (XVI Dinastía), supo buscar buenos asesores, como fue el caso del emigrante José, que le libraran de los ineptos políticos de la época; políticos que no eran capaces de hacer un diagnóstico adecuado que le ayudara a interpretar los signos de los tiempos económicos que corrían; con ello, evitó la tragedia de una recesión económica conducente a una hambruna demoledora (véase Génesis capítulo 41).

El Nilo fue siempre para Egipto una fuente de riqueza y en torno a él se formó la grandeza del imperio egipcio. Del río surge la vida y la muerte; la riqueza y la desolación; sostén de la agricultura y la ganadería egipcias. Faraón tiene un sueño. De alguna forma hay que decirlo y de alguna manera hay que expresarlo. Tener sueños es un signo de juventud, el motor del progreso, una garantía de futuro; a los viejos se les acaban los sueños y con ellos el futuro. En la literatura egipcia no resulta extraño acudir a los sueños para explicar lo inexplicable o aquello que se escapa al raciocinio de los mortales. Faraón considera que es el dios Ra el que le envía sus señales. Pero ni los políticos ni los sacerdotes son capaces de desvelar el contenido del sueño de Faraón: siete vacas gordas que son devoradas por siete vacas flacas; o, en otra versión complementaria, siete espigas grandes y hermosas que son devoradas por siete espigas secas. La vaca era en Egipto el símbolo de Isis y de Hator, diosas de la fertilidad; el número siete es el número de la perfección. La abundancia o escasez dependían de las inundaciones del Nilo, que no siempre eran regulares.

La verdad es que no resulta sencilla la prospección política, sobre todo cuando está trufada con elementos religiosos. Prever el futuro, esa es la gran ambición de gobernantes, economistas, sacerdotes y gurús-tertulianos de todo pelaje. Luego, para tapar los fiascos de las falsas predicciones y tratar de apaciguar la rebeldía del pueblo sufriente, se buscan argumentos falaces mediante sesudos e inútiles análisis de lo que pudo haber sido y no fue, tratando con ello de anestesiar las conciencias.

Ante el fracaso de los políticos y economistas domésticos, Faraón acude a José, acreditado político extranjero caído en desgracia a causa de anteriores intrigas. José analiza la situación y, finalmente, emite su veredicto. Para asombro de sus rivales, se sale de las recetas clásicas y recomienda a Faraón una fórmula keynesiana que incluso podríamos denominar como merkeliana, si se nos permite el barbarismo, en la que hace compatible la austeridad con el crecimiento. Aconseja que se reserve una quinta parte de las cosechas durante los años de abundancia para los años de sequía. Los egipcios ya tenían graneros en los que guardar sus cosechas y cumplir su importante papel de exportadores de trigo a otras comarcas, cosa que les situaba como motor de la economía de la época; una economía basada en la prosperidad local y en las exportaciones.

Los años buenos deben servir para hacer acopio de reservas que permitan afrontar los años malos con tranquilidad. Todo lo contrario de lo que han hecho nuestros políticos. En los siete años de prosperidad, de vacas gordas o espigas granadas (2000-2006) no solamente han derrochado a manos llenas el producto de las cosechas, sino que han endeudado al país hasta límites insostenibles, de tal forma que, llegados los siete años de vacas flacas o espigas quemadas (2007-2013?), los graneros están vacíos, las vacas no dan leche, el río no inunda los deltas de la economía, la hambruna se ha apoderado de la ciudadanía, no tenemos productos que exportar y los acreedores reclaman, como no sería razonable esperar de otra forma, que les sean devueltos sus préstamos y resarcidos los correspondientes intereses. Todo un drama. Y, entre tanto, los responsables de este desaguisado, se entretienen con juegos florales, tratando de descubrir si son galgos o son podencos los causantes del desatino, si han sido unos o los otros lo que nos han conducido a la ruina; y, mientras los que están en el gobierno tratan con acierto o desacierto de buscar algún tipo de solución, los que ocupan el banquillo de reserva se entretienen poniendo palos en las ruedas para impedir que el carro avance.

Los sueños de Faraón, que no faraónicos en ese caso, resguardaron a Egipto de la ruina, y la lección magistral de José, aunque sea en forma tardía, debería servir de paradigma para nuestros políticos. Tal vez acudiendo al capítulo 41 de Génesis encuentren alguna analogía válida para nuestros días.

Mayo de 2012.

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