Gabriel Téllez
Sí, lo somos todos los que jamás hemos podido sentirnos de orgullosos de una España cerril, apolillada, inculta, éticamente zarrapastrosa, absurda, de casquería y señoritingos ansiosos de ver cómo se derrama la sangre ajena. Todo eso y más es ese macabro espectáculo de psicópatas que se da en las corridas de toros y en los llamados “festejos populares”, cuya principal gracia consiste en solazarse con el sufrimiento de un ser sin culpa. Por lo tanto, sí y mil veces sí, Cataluña somos todos los españoles que pretendemos limpiar nuestra patria de esa basura hedionda de la tauromaquia.
En su día, apoyé cuanto puede la iniciativa legislativa popular de la plataforma ¡Basta” en Cataluña, aun no residiendo en esa región, y alborozado comprobé que se había alcanzado el éxito. Cataluña se ha visto libre de, al menos, esa barbarie que nos avergüenza a todos los españoles. Doy las gracias a los ciudadanos catalanes, ahora y todas las veces que haga falta. Ellos han abierto el camino para que otras regiones españolas superen la indignidad moral que suponen esas matanzas de animales. Seguiremos ese ejemplo, que nadie lo dude.
La ILP pro taurina que fue aceptada el martes en el Congreso es la de los caciques, los ganaderos de víctimas con cuernos, los que se hacen llamar matadores o asesinos confesos de animales que se enriquecen con la barbarie y, por supuesto, también esta ILP es la de los empresarios del bochornoso espectáculo que sería irrealizable si no fuese por los 600 millones de euros que reciben anualmente de las diversas administraciones del Estado para mantener algo insostenible y en continuas pérdidas.
Los mentores políticos de esta vergüenza nacional tiene nombres y apellidos, gente como Mariano Rajoy, Esperancita Aguirre, Pío escudero, el “progresista” del PSOE Tomás Gómez, el ministro de Educación Wert, Rosa Díez de UPyD o el rey entre otros, algún día tendrán que paladear el final de sus propias miserias morales.
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En Chile, desde la emancipación de comienzos del siglo XIX, las "corridas de toros" fueron prohibidas y por ahí mismo o cerca las "riñas de gallos". En el primer caso dio resultado, porque el espectáculo es de gran volumen, desde el toro a las instalaciones necesarias, imposible de ocultar.
En cambio las "riñas de gallo" son ilegales, pero hasta hoy prosiguen su existencia en forma clandestina y allí, además, corren las apuestas.