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Miercoles, 23 de Enero de 2013

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¿Utopía o distopía?

Máximo García Ruiz

Mi amigo, el ínclito historiador Gabino Fernández, acostumbra a decir: “más leer y menos escribir”. Tiene razón al reafirmar la importancia de la lectura como una imprescindible fuente de información; y tiene también razón en el fondo de la cuestión, ya que mucho de lo que se escribe sería fácilmente prescindible. Tampoco termino de descubrir si se trata de una alusión personal. Pero, sin quitarle mérito al sentido último de la frase, y que cada uno de aquellos que escriben, o escribimos, juzgue por sí mimo si sus escritos están suficientemente equilibrados con las lecturas hechas o no y si tienen la suficiente enjundia como para ser compartidos, quiero recordar lo necesario que resulta que el poeta deje oír su voz, que el artista comparta su ingenio y que el profeta no sea remiso a la hora de lanzar su mensaje a los cuatro vientos. Y esto es especialmente válido en lo que hace referencia a la denuncia profética.

La utopía ya no forma parte de la filosofía de vida del siglo XXI. Por el contrario, si tomamos prestada la palabra acuñada por uno de los padres de la sociología del siglo XX, John Stuart Mill, término que nuestra RAE se resiste a apadrinar, más bien vivimos envueltos por distopías[1], especialmente en lo que tiene que ver con los valores cristianos. Distopía de la corrupción en contraposición a la utopía de la ética; distopía de la mentira en contraste con la utopía de la verdad; distopía de la chapuza en contraste con la utopía del trabajo bien hecho; distopía del egoísmo que es capaz de ahogar cualquier brote de generosidad utópica. No obstante, aún en el otoño de mi vida creo, necesito seguir creyendo que la utopía es posible; que es posible recuperar los valores éticos del cristianismo: la ética que se enfrenta a lo indebido, la solidaridad que comparte lo que tiene a partir de la renuncia voluntaria al despilfarro, la utopía de cumplir con la palabra dada, de respetar la dignidad del prójimo, de no manipular voluntades, de ser fieles a sí mismos, de no vender la decencia ni el decoro personal.

“La utopía -como muy bien ha dicho Eduardo Galeano-, está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”. Y Leonardo Boff, uno de los teólogos de la liberación que se creyó la utopía del Concilio Vaticano II, afirma: “Una sociedad no vive sin utopías, es decir, sin un sueño de dignidad, de respeto a la vida y de convivencia pacífica entre las personas y pueblos. Si no tenemos utopías nos empantanamos en los intereses individuales y grupales y perdemos el sentido del bien vivir en común”.

Una sociedad, como está ocurriendo en la nuestra, en la que se ha implantado la distopía, necesita ser zarandeada por profetas, sean profetas mayores o menores, comprometidos con las esencias de la enseñanza cristiana, que recuperen los valores incombustibles del Sermón del Monte, de la ética, y lancen a los cuatro vientos sus proclamas, a tiempo y a destiempo, sin miedo a errar ni a molestar al establishment ni a sufrir las consecuencias de los grupos dominantes, sean políticos o eclesiásticos; unos grupos que luchan por conservar sus privilegios, aunque con ello estén malbaratando el mensaje liberador del Evangelio.

Tanto a nivel civil como religioso, el conformismo responsable de los que callan, de los que miran para otro sitio, de los que se conforman con poner paños calientes, de los que siguen la filosofía del buenismo irresponsable, se hace cómplice de aquellos que se aprovechan de la debilidad y del silencio para medrar e imponer su voluntad, siempre en nombre de la Ley, de la Justicia o, incluso, de Dios.

Hay que leer más, es cierto. Pero para que unos lean, otros tienen que escribir. ¿Qué hubiera sido del pueblo judío y, en buena medida, del cristianismo si alguien no hubiera escrito los libros de Isaías, de Jeremías, de Amós o de Oseas, de los Macabeos o los Hechos de los Apóstoles. Uno de los pecados de muchos líderes religiosos comprometidos, disconformes con el estado de cosas que ocurren dentro y fuera de la Iglesia, es callarse. No hay que olvidar que Dios actúa siempre a través de sus ángeles (enviados), y estos ángeles siempre llevan consigo un mensaje profético, bien sea de denuncia o de esperanza.

Enero de 2013.

 

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[1] Sobre este tema firma un enjundioso trabajo José Laguna en Cuadernos Cristianisme i Justícia nº 181, en el que desgrana las distopías evangélicas.

Comentarios (1)Add Comment
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Patrón Básico de subsistencia.
escrito por Santiago, enero 18, 2013
La utopía del siglo XXII. Leeros ésta propuesta sistémica: http://capitalvida.blogspot.com.es/


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Última actualización el Jueves 17 de Enero de 2013 18:28