Mercedes Arancibia
¿Qué motivo hay para que en España se hayan construido miles de campos de golf, totalmente artificiales, en secano y algunos incluso en pleno desierto, si tan solo una pequeña minoría de ciudadanos practica ese deporte? ¿Cuales son las razones de que algunos de esos campos estén ubicados en urbanizaciones deshabitadas o junto a imponentes hoteles vacíos, que más parecen decorados de películas de terror recortados como aparecen en un horizonte donde, en varios kilómetros a la redonda, no se alza ninguna otra edificación,y muchas veces ni siquiera la silueta estirada de la sombra de un árbol?
Razones de peso, de mucho peso económico pero, sobre todo, financiero. Esas urbanizaciones, esos hoteles y esos campos de golf no están esperando a los turistas británicos de alto standing que podría suponerse; son inversiones jugosas, “papeles” en los que figuran cifras astronómicas depositados en los paraísos fiscales de la isla de Jersey, Suiza, Barbados, Singapur...o, sin ir más lejos, Gibraltar. Son documentos con los que lustrosos despachos de abogados reparten transacciones y depósitos en distintas cuentas y fondos situados en diferentes ubicaciones geográficas con el objetivo, siempre logrado, de que se le pierda la pista no solo a ese dinero sino, lo que es más importante, a su propietario (1).
De esto trata el documental de larga duración (107 minutos) “Vamos a hacer dinero” (Let´s Make Money), realizado en 2008 por el austriaco Erwin Wagenhofer, quien ya estrenó en nuestro país otro largometraje documental, también crítico con el sistema mundial de reparto de bienes, “Nosotros alimentamos al mundo”. Probablemente no es una casualidad que el filme haya estado escondido en algún cajón durante casi tres años y que se haya decidido estrenarlo ahora cuando todavía se mantiene la estela, y el eco, generado por otro filme del mismo género: “Inside Job”.
Muchas veces, nos explica esta película, los bancos nos tientan con una publicidad engañosa: “Ponga su dinero a trabajar”. Pero sucede que el dinero no trabaja; quienes trabajan son los hombres, los animales y las máquinas. El dinero paga esos trabajos, normalmente muy mal, en países de la franja oriental del planeta ahora llamados “emergentes” (y anteriormente conocidos como subdesarrollados, el tercer mundo o el sur), generando incalculables beneficios que revierten de nuevo en las entidades financieras desde donde circula nuevamente, a mayor gloria de inversores, capitalistas, millonarios y multimillonarios del mundo occidental. El neoliberalismo sin control en que vive la zona más afortunada de la tierra tiene esclavizado al resto de la humanidad y perpetúa las desigualdades, siempre a través de esas grandes corporaciones financieras que son quienes realmente gobiernan el mundo y gestionan los Estados.
Hasta que, como ahora, llega la crisis, y junto a los campos de golf españoles se deterioran ochocientos mil apartamentos, chalés, villas residenciales y hoteles mastodónticos, sin que nadie los habite ni probablemente los vaya a habitar nunca. Sin embargo, el dinero movido por esas construcciones, que en su día creció al ritmo de un 35% anual (confesado por uno de los agentes inmobiliarios que han puesto cara a la película), sigue dando vueltas por fondos de pensiones y depósitos bancarios, escondido en cuentas secretas ocultas en paraísos fiscales donde gobiernos y gestores totalmente amorales ni siquiera se cuestionan -porque, dicen, no es su trabajo- si en la otra punta del globo ese mismo dinero paga la prostitución de menores, la droga que asesina en las calles occidentales o las armas que matan en Oriente Medio.
En la película hay otros ejemplos del panorama del dinero en el mundo y el empleo que se le da para hacerlo crecer y multiplicarse en lugares dejados de la mano de todos los dioses conocidos como India, Burkina Faso o Ghana. Pero, para enganchar al público español, el mejor ejemplo que podía enseñarse es el de la burbuja inmobiliaria que nos estalló en las narices hace ya tres años y que ha dejado al país en la ruina, y a una gran parte de sus trabajadores a las puertas del umbral de la pobreza. Sépase, para poder apreciar toda la magnitud del problema, que siete de las diez mayores empresas constructoras mundiales son españolas. Y que la mayor de todas pertenece al dueño del Real Madrid.
(1) Hace aproximadamente dos años, yo escribía en estas mismas páginas, a propósito de una mesa redonda en torno a “Una banca pública para salir de la crisis”, organizada por la Asociación de Amigos de la revista Triunfo, en la intervinieron los profesores Juan Torres y Laureano López: “Si la gente supiera lo que los bancos hacen con su dinero –cuenta la historia que dijo un día, allá por los años 20/30 del siglo pasado, el magnate del automóvil Henry Ford- al día siguiente estallaría una revolución”. Ahora la gente ya sabe –más o menos- lo que los bancos hacen con su dinero (pero no son tiempos de revoluciones): compran armas, apoyan dictaduras, lo colocan en paraísos fiscales; compran hipotecas, seguros y otros productos, que venden y revenden hasta que en algún lugar explota la burbuja y pasa lo que estamos viviendo; compran más dinero para comprar más dinero y comprar más dinero… hasta convertir la deuda general en algo monstruosamente perverso que de pronto desaparece dejando en su lugar un gran agujero negro de nada por el que se han evaporado los ahorros de muchas vidas, los negocios de muchos pequeños empresarios y el futuro de muchos países. Ahora que la gente sabe lo que los bancos han hecho con su dinero quizá sea el momento de abandonar esta resignación que aniquila y empezar a pensar en otras formas de gestión económica. Conviene apostillar que la historia más reciente nos ha demostrado que todavía son tiempos de revoluciones y que están teniendo un efecto dominó precisamente en una zona del planeta donde los dictadores creían tener tan asegurada su permanencia que habían instaurado incluso una especie de “dinastías republicanas” , de forma que sin ningún rubor nombraban a sus descendientes “herederos” de los gobiernos, los países y las riquezas que generan (Mubarak, Ben Alí, Gadafi, El Assad...). Pues que, los que aún quedan, tomen conciencia de que se está acabando “el chollo”.
